Después de aquella revelación, Chantarelle comenzó a ver los entrenamientos de otra manera, soportando oleadas y oleadas de fuego, ansiando recuperar sus poderes. Día tras día aguantaba aquel ritual de llamas abrasadoras, concentrándose en su interior. Al principio su cuerpo dolía, pero ella lo aliviaba clavándose el colmillo en su labio inferior, hasta que este sangraba. Se había dado cuenta de que ella podía herirse; su cuerpo regeneraba todo aquel daño ajeno, pero no aquellas heridas que ella misma se infringía. En su pierna todavía estaba la cicatriz del corte que se había hecho días atrás. Aquello le alegraba, el sentir que todavía tenía un poco de control sobre su cuerpo.
Pero aquel día, el espectro de Agonía comenzó a agitarse en su interior… Quiuyue notó al instante el cambio en su compañera y avivó sus llamaradas..
-
No
sabes lo que estás haciendo… - oyó en su interior.
Quiuyue había tomado su forma élfica y la miraba en silencio, tratando de evaluar el estado en el que se encontraba su protegida. Cuando ella levantó la cabeza, la dragona percibió un brillo alegre y juguetón en sus ojos cristalinos, por lo que lanzó una llamarada de sus manos, la cual Elle frenó con un haz cristalino; una fuerza casi tan poderosa como la suya.
Quiuyue se movió con rapidez, buscando la espalda de su oponente, pero la elfa anticipó su ataque, y su fuego fue frenado de nuevo con un haz helado. Invocó entonces una tormenta de meteoros, pero la elfa invocó de nuevo su escudo y ni uno solo logró dañarla. La dragona tomó distancia, observándola con orgullo pero, ciertamente, aquellos no eran los poderes de un paladín, aunque, por suerte, tampoco exactamente los de un caballero de la muerte.
-
Estos
no son mis poderes… - concluyó Chantarelle
-
Lo
sé…
-
Pero
creo que no podré recuperarlos hasta que no acabe con Agonía… Mis poderes se
basan en lo sagrado… y lo que llevo dentro es todo lo contrario, por lo que
anula mis poderes naturales.
-
Tiene
su lógica – afirmó la dragona
-
Lo
que no entiendo… es de donde vienen estos poderes tan… raros… Es decir, yo he
heredado mis poderes de mi madre y de mi padre… Los míos propios serían de un
paladín y, al haberlos condenado, se despertaron los de mi madre, propios de
una sacerdotisa, pero tampoco coinciden..
-
¿Qué
hay de tus abuelos?
-
Sacerdotes..
y los de mi padre, no se quienes son..
-
Quiuyue,
¿qué es lo que estás pensando y no quieres decirme?
-
Nada
pequeña, es solamente que me recuerdas a alguien de mi pasado… - su mirada
denotaba tristeza
-
¿Alguien
a quien amabas? – osó preguntar
-
Si
– no pudo mentirle
-
¿Y
qué pasó con él o ella?
-
Él
– rió – Era un cabezón irremediable, como tú. Sus ideales eran buenos, pero
optó por el camino equivocado. Quise ayudarle, pero ya sabes…
-
Los
dragones no podéis inmiscuiros en los asuntos de los mortales.
-
Exacto…
Sólo controlar si se va de las manos…
-
¿Y
fue el caso?
-
Sí…
La corrupción hizo que comenzase a destruir todo aquello por lo que luchaba,
sus ansias de poder se hicieron cada vez mayores, y yo no pude hacer nada.
-
¿Y
ni siquiera por ti?
-
Oh
Elle… Él no sabía ni que yo le amaba… Para él sólo fui una buena amiga, estaba
casado con una dama. Solamente pude robarle un beso cuando estaba malherido… -
confesó con tristeza
-
Lo..
lo siento Quiu…. No quería hacerte sentir mal, es sólo que, yo no sé de estos
temas..
-
Háblame
de él… - sonrió con picardía
-
¿De
quién? – preguntó distraída
-
Del
chico de Lunargenta… Rincón del cual me prohíbes entrar en tu mente.
Elle suspiró… no le gustaba hablar de aquello, pero sentía que se lo debía..
-
No
hay mucho que contar…
-
Pero
te gustaría volver a verle..
-
Sí…
-
¿Por
qué?
-
No
lo sé…
-
Oh,
si lo sabes… - rió la dragona
-
Supongo
que para disculparme… La última vez que le vi terminamos discutiendo.
-
¿Por
qué?
-
Porque
quería saber más… y quería verme más…
-
Pero…
¿ha pasado algo entre vosotros? – quiso saber
-
Sí…
no… no lo sé… - se puso nerviosa
-
Cuéntamelo…
o déjame verlo.. – pidió Quiuyue
Por fin entró en la última de las salas, y entonces lo vio todo… Abrió los ojos, instantes antes de que ella los abriese, y la elfa no pudo mantenerle la mirada, avergonzada.
-
No
es un motivo de vergüenza… es un motivo más que tienes para luchar…
Un mes después:
Las elegantes edificaciones de Lunargenta se erguían ante ellas, incrementando todavía más aquel extraño malestar en su interior. El último mes había sido agotador, y el controlar aquellos poderes era difícil. Pero, pese a todo, allí estaban.
De camino allí, habían parado en Tierras del Interior a revisar la integridad de otro de los portales Esmeralda, pero esta vez, ella había esperado apartada, para no causarle más problemas a su compañera. Ya en Tierras fantasma, había podido practicar un poco más con sus nuevos poderes, limpiando parte de la Cicatriz muerta de engendros del Rey Exánime.
Pero ahora, la Puerta del Pastor se erguía ante ellas.
-
Quiuyue…
no puedo entrar… me buscan por traición.. – le recordó
-
¿Le
dijiste a alguien tu otro nombre?
-
No
-
Bien,
pues ya está, si no quieres revelar tu identidad, seguiremos llamándote Nyn
-
Buenos
días, señoras, ¿Pueden identificarse?
-
Mi
nombre es Quiuyue y esta es mi protegida.
-
Dama
Quiuyue – se arrodilló – Un placer tener a alguien como vos en la ciudad, sean
bienvenidas. ¿Quiere que avise a su majestad?
-
No
será necesario, no es una visita formal
Había sido fácil, demasiado fácil. Por lo visto su acompañante era conocida en la ciudad, cosa que no terminaba de agradarle. Tan sólo esperaba no tener que acudir a ningún tipo de acto social, primero, porque no le gustaban y segundo, por temor a que alguien la reconociese. Aún no era el momento, sabía que algún día tendría que anunciar que seguía viva, pero eso sería cuando pudiese dejar su apellido en un puesto de honor muy alto, el día que acabase con Arthas Menethil.
Se instalaron en la posada más lujosa de la ciudad, en un apartamento con dos habitaciones, salón y cocina, un pequeño hogar improvisado que contaba con todo tipo de detalles. Chantarelle se desplomó en su cama, acurrucándose en aquel mullido colchón y se quedó dormida casi al instante…