De nuevo se
encontraba en la nieve.. pero esta vez, en un bosque. Miró a su alrededor,
sobrecogida y fascinada por todo cuanto allí veía. Inmensos árboles la
rodeaban; mantenían sus hojas y su frondosidad, aunque el color verde estaba
oculto bajo la gruesa capa de nieve, dándole una apariencia fantástica. Estaba
totalmente rodeada de naturaleza, y aquello le gustaba. La soledad e intimidad
que le proporcionaba un bosque, el susurro de un arroyo, la ausencia de otras
personas…
A lo lejos,
pudo ver a una familia de conejos marrones, que corría a esconderse en su
guarida, perseguidos por un bello zorro de color cobrizo. El zorro la miró, sus
ojos se cruzaron durante un breve instante, después, desapareció…
La elfa miró
sus pies, estaban descalzos, pero no sentía frío alguno. Fue consciente de que
no llevaba más que un camisón de seda rosa, con el cual recordaba haberse
acostado en su cama, ignorando cuanto hacía de aquello. Tampoco recordaba
haberse despertado, pero todo era tan real…
Continuó
caminando y se topó con un cervatillo. Era muy pequeño y tenía una pata herida,
probablemente alguna trampa de un cazador. Estaba sufriendo, lloraba llamando a
su madre y al resto de su grupo, pero no parecían percatarse de sus lamentos.
Llegó junto a él y se agachó a su lado, dándole a oler su mano. El cervatillo, un
tanto desconfiado, percibió su aroma y , tras unos segundos, frotó con dulzura
su cabecita contra la mano de ella. La elfa sonrió.
Acto seguido,
colocó sus manos sobre la trampa, trató de tirar, pero el metal estaba muy
rígido por el frío, por lo que no fue capaz de abrirlo de ese modo. Suspiró
hondo… y volvió a colocar sus manos; esta vez un brillo dorado salió de ellas,
concentrándose en el metal, que cedió sin mucho empeño, quedando totalmente
desmontado y dejando a su presa libre.
Ella se
arrancó un jirón de su camisón y envolvió con dulzura la pata del cervatillo.
Era realmente muy joven, tres o cuatro meses como mucho; pero el tamaño y
fortaleza de sus patas denotaban el fantástico animal en el que se convertiría.
Su pelaje era de tono terracota, con la cabecita más clarita, y unos grandes
ojos negros.
Entonces….
Notó el frío….
Alzó la vista
para encontrarse de nuevo con aquellos ojos de hielo. Esta vez se presentaba
ante ella sin su armadura negra, llevaba unos pantalones de cuero curtido y una
camisa azulada, una vestimenta demasiado informal y común para el ser que era.
Su cabello plateado ondulaba al viento. Lo miró con el más profundo de los
resentimientos.
El cervatillo
también fue consciente de su presencia, y se refugió en los brazos de ella,
aterrado. Él, alzó una mano, y la vida del pequeño animal se desvaneció. La
furia se apoderó de ella.
- ¿Por qué has
hecho eso? - rugió
- Era un
insignificante animal…
- Era un ser
vivo, al cual yo he salvado…- puntualizó
- Hubiese
muerto igualmente de no haber intervenido tú – se fijó en ella – No te
atreverás a hacerlo… ¿verdad?
Pero ella no
le escuchaba, con el cuerpo del cervatillo en brazos, estaba canalizando su
magia hacia él y recitaba ya el conjuro
de resurrección, que devolvería la conexión entre el cuerpo y el alma del
pequeño. Aquello lo lleno de furia… él era el guardián de la muerte si, pero no
era el cervatillo lo que le importaba, sino cómo aquella elfa se había atrevido
a contradecirle.
Furioso, lanzó
un “exorcismo” contra ella, pero el poder de su hechizo fue consumido por una
barrera invisible que ella había construido a su alrededor. Trató de penetrar
aquel escudo, pero no le fue posible y, cuando quiso darse cuenta, el
cervatillo vivía de nuevo y huía hacia el corazón del bosque.
Ella se
levantó, satisfecha, topándose de nuevo con aquella mirada intimidante.
- No sabes
como me enfurece que me desobedezcan, aunque… - hizo una pausa – No puedo
evitar desearte más..
- Nunca me
tendrás… deberías hacerte a la idea – dijo asqueada
- Mi pequeña y
delicada flor… mírate.. – recorrió su cuerpo con la mirada – Eres fuerte, sí,
pero tu fortaleza mental es más fuerte que tu cuerpo físico. Tarde o temprano
caerás…
- Aún así,
aunque muera, nunca te perteneceré..
- Ya lo haces…
Desde el momento en que Agonía de Escarcha probó tu sangre, una parte de tu
alma está encerrada en ella, haciéndola más fuerte.
- ¿Qué? - dijo atónita
- Agonía de
Escarcha absorbe el alma de todo aquel que mato o hiero. Si alguien muere, su
alma pasa a engrosar el gran poder de mi espada, si sólo lo hiero, cosa que no
suelo hacer… - reconoció su fallo con gran pesar – una parte del alma de la
persona pasa a pertenecer a Agonía y, por lo tanto, a mí. Eso me da derechos
sobre ti…
- No soy un
objeto que puedas comprar – la ira ardía en ella – No me tendrás… NUNCA, así
que hazte a la idea y abandona mis sueños de una maldita vez… - amenazó
Él la miró,
incrédulo..
- ¿Me estás
amenazando?
- Si – dijo
sin ser consciente aún de sus palabras. – Fallé una vez, pero no habrá lugar a
un segundo error. Y si volvemos a vernos, seré YO, quien acabe contigo.
Su risa resonó
en todo el bosque, como un cruel eco, haciendo que parte de la nieve pendida de
las ramas de los árboles se desplomase hacia el suelo.
- Nos veremos…
pronto..
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