lunes, 28 de noviembre de 2016

Capítulo 73. Frío, bollitos y corazones rotos



Lo había logrado, había conseguido teletransportarlas a tan larga distancia. Su toga negra contrastaba con la nieve acumulada bajo sus pies, y sus viejos huesos hicieron que su cuerpo temblase. Ella, sin embargo, permanecía impasible, el frío formaba parte de ella y no le afectaba, aunque su mirada denotaba una tristeza tan profunda…

-          Hemos de buscar un refugio, enseguida anochecerá – apuntó Evannor

La joven asintió,  y ambas tomaron el sendero de tierra que se abría ante ellas. Aquella era una zona muy tranquila, un recóndito escondite donde la nieve era perpétua. Evannor temió no encontrar un refugio y morir congelada, pero, en la distancia, el humo de una chimenea hizo que su cuerpo se mostrase más relajado.

-          Lo siento… yo no tengo frío… - habló Chantarelle por primera vez en horas – No recuerdo lo que es sentir frío…

-          No te preocupes, es la edad – trató de animarla

-          ¿Y si la persona de esa casa se niega a recibirnos?

-          No lo hará, confía en tu abuela – sonrió




-          ¿Qué es eso de que te vas a Rasganorte? – su padre estaba enfadado, y mucho
-          Alguien tiene que ir… - respondió con simpleza

-          Pero no tú, no mi hijo….

-          Sabes de sobra que no hay paladín mejor entrenado que yo para esa misión, así acabaremos con la Plaga de una vez por todas

-          No permitiré que mi único hijo se vaya a una muerte segura! – gritó Lor’Themar


Alertada por la conversación, la reina Amysanne acudió al salón, manteniéndose a una distancia prudencial. Kareth la miró, con un rostro marcado por el dolor, Lor’Themar también la miró, aterrado. Pero ella permaneció en silencio.

-          Una parte de mi ya esta muerta, padre…

-          ¿De qué diablos hablas Kareth?

-          De que he perdido a la mujer a quien amaba… se ha ido… para nunca más volver

-          Kareth, te he dicho ya que no me gusta que andes por ahí con amoríos, eres un príncipe!

-          No son amoríos, la amo… la amo de verdad… E iba a pedirle que fuese mi esposa

-          En ese caso, agradezco el hecho de que se haya ido, pues no permitiré que mi hijo se case con una cualquiera!

-          Them….. – Amysanne lo miró con desaprobación

-          ¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes negar que tu propio hijo sea feliz? – Kareth se sentía indignado

-          Kareth, no te niego la felicidad, acuéstate con quien quieras… pero no te casarás con nadie

-          ¿Qué estás diciendo? – Kareth no comprendía nada - ¿Cómo puedes ser tan desalmado?


Lor’Themar estaba sudando, estaba nervioso y furioso al mismo tiempo. Miró a su esposa, que mantenía un gesto serio, para después ver a su hijo, que lo miraba expectante de una explicación.

-          Kareth, estás comprometido… - dijo tratando de calmarse

-          ¿Qué?

-          Hace años firmé un pacto de matrimonio, entre mi único hijo y una princesa, única heredera de su linaje.

-          ¿De qué demonios hablas padre? Los matrimonios concertados son de bárbaros…

-          No en este caso…

-          Them…

-          Amysanne, tarde o temprano tendría que saberlo… - suspiró de nuevo - Kareth, yo no soy un rey legítimo ni tu eres un príncipe, solo soy un regente

-          ¿Qué? – se quedó blanco, totalmente blanco


Unos golpes en la puerta lo sacaron del libro que estaba leyendo, una historia sobre un reino lejano, con arenas doradas y grandes pirámides. Con pereza, retiró la manta que cubría sus piernas y camino arrastrando los pies hasta la entrada de su humilde hogar. El anochecer se cernía sobre aquel páramo como una brisa fría, y bajo el umbral de su casa, dos mujeres aguardaban. 

Se fijó en ellas, eran dos elfas de sangre, una era una anciana, de cabellos plateados pero ojos fuertes, la otra, más joven, de cabellos rubios muy claros y mirada perdida.

-          Lamentamos importunarle, pero estamos perdidas..

-          Pasad, no os quedéis fuera con esta tormenta

-          Gracias – habló de nuevo la anciana

El tauren las miró de arriba abajo, usando su poder empático en la anciana, percibiendo el dolor de sus articulaciones, pero también el miedo..

-          Aquí estaréis a salvo, nadie viene nunca por Cuna del Invierno, y mi casa está calentita. Mi nombre es Bollack. Justo tengo unos bollitos en el horno, ¿os apetece un chocolate caliente?

-          Gracias Bollack, mi nombre es Evannor, esta es mi nieta, Chantarelle


Bollack miró a la joven, pero su mente estaba totalmente cerrada, por lo que no pudo leer nada en ella. Ella le miró, clavando sus ojos azules en él.

-          ¿Eres druida, verdad?

-          Si

-          Tus poderes no funcionan en mi… Y casi es lo mejor, que no sepas todo lo que hay en mi interior… - dijo con voz dolorida.

-          No hace falta que use mis poderes, se nota a simple vista tu dolor

Evannor colocó su mano, ya caliente, sobre el hombro de la muchacha, que se dejó caer sobre una silla, desanimada, triste.

-          Lo siento mucho Bollack, ha sido un día muy duro para ella.

-          No os preocupéis, estais en un lugar donde el tiempo se ha detenido, y donde los recuerdos no atormentan, aquí, el frío congela los corazones, evitando que sigan desmoronándose

-          Diciendo eso no animas demasiado – reconoció Chantarelle

-          También hay una flora y una fauna que no hay en ningún otro lugar, y las truchas más grandes de todo Azeroth!

-          Eso ya suena mejor – dijo Evannor
-           


Salió de palacio sin mirar atrás, sin hacer caso a la llamada de su madre, golpeando con fuerza la puerta tras de si. Ni siquiera devolvió el saludo a los guardias que custodiaban la escalera de aquello que hasta ahora había considerado su hogar. Caminó hacia los establos y ensilló su yegua, saliendo a galope de la ciudad.

Cabalgó sin un rumbo fijo, con el viento frío en la cara, hasta llegar a aquel lugar tan conocido para él, donde descendió y se sentó junto al río y allí… comenzó a llorar.

Se sentía tan frágil, tan expuesto… Toda su vida había crecido en palacio, toda su vida había crecido como un príncipe y tan sólo era una mentira. Pero ¿por qué? ¿Por qué iba su padre a ocultarle aquello? ¿Por qué un matrimonio concertado? El elfo empezó a cuestionarse todo cuanto había hecho, las razones por las que luchaba y el destino al que le llevarían sus acciones.
Entonces pensó en ella, y su corazón, ya resquebrajado, se agitó en su pecho. ¿Por qué había sido tan estúpido? ¿Por qué demonios la había dejado marchar? Y aquellas últimas palabras… ¿Es que acaso ella no le amaba?

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Capítulo 72. Diplomacia



Tal y como habían acordado con el enviado de Lunargenta, se reunirían con Lor’Themar aquella mañana. Para ello, se dirigían al orbe de teletransporte a la ciudad de Lunargenta. Sylvanas Brisaveloz había dudado mucho en llevar a su leal consejera, pues la impresión de volver a ver aquella ciudad podría ser dolorosa, casi tanto como para ella misma. Les acompañaba también uno de los miembros de la Real Sociedad de Boticarios, un no-muerto que rara vez emitía palabra alguna.

-          Nyniel, todo estará bien.. – sonrió Sylvanas, antes de tocar con su mano el portal.

Cuando llegaron, sonaron las trompetas, anunciándolas. Un pequeño pero íntimo comité las esperaba en la Aguja del Sol. Morgan, el mismo elfo de sangre que fue a visitarlas, las esperaba.

-          Mis señoras, mi señor – dijo con educación – Sean bienvenidos a Lunargenta.

-          Gracias Morgan – habló Sylvanas

-          Si me acompañan, les llevaré donde su majestad

Hacía tanto tiempo… que no recordaba aquello… El olor suave, la calidez del clima y la elegancia de las intrincadas decoraciones, los tules, las sedas… Una sensación de melancolía la invadió e, inconscientemente, buscó la mano de Nyniel, apretándola con fuerza. Esta alzó un poco la cabeza, para tratar de vislumbrar el rostro de su reina a través de su gruesa capucha. La reina de los renegados suspiró hondo, antes de poner un pie en la elegante sala que se abría ante ellos.

Lor’Themar Theron se apresuró a ir a saludarla, con un apretón de manos. Sylvanas le miró con curiosidad, recordando aquel rostro joven y hermoso de años atrás, y viendo ahora ante ella a un hombre maduro, con aquel pelo rubio que batallaba con las surgientes canas y aquellas pronunciadas ojeras bajo los ojos, pero todavía seguía siendo atractivo. Saludó también a su esposa, Amysanne, así como al resto de personas de la sala, antes de tomar asiento.

-          Lady Sylvanas, muchas gracias por venir – agradeció Lor’Themar – Queridos amigos y aliados, como sabeis estamos en tiempos difíciles. La Horda duda de nuestra lealtad, pero tampoco podemos permitirnos que nos quiten su apoyo. Lady Sylvanas y su pueblo son los únicos aliados que tenemos en los Reinos del Este, por eso estimamos que hemos de estrechar nuestros lazos.

-          En eso estoy de acuerdo, Lor’Themar, ni Lunargenta ni Entrañas puede asumir ni el coste de la guerra a la que Garrosh pretende arrastrarnos, pero tampoco quedarnos sin la protección, pues ambas ciudades son continuamente amenazadas por la Alianza. – habló Sylvanas

-          ¿Qué es lo que proponeis entonces? – habló Vranesh

-          Una negativa – dijo Halthenis

-          Thrall la aceptará, pero ¿qué hay de Garrosh? – dijo Rommath

-          A Garrosh que lo parta un rayo! – exclamó Vranesh – No puede pretender que enviemos a nuestros mejores paladines a una muerte segura, no es un buen estratega!

-          Por una vez, estoy de acuerdo con Vranesh – dijo Aldrae, el sacerdote – Sin nuestros paladines, la ciudad quedaría a expensas de la Plaga y de la Alianza.

-          Creo que tenemos claro que no estamos dispuestos a desproteger nuestras ciudades – habló Sylvanas – Y menos todavía para una guerra en la que la Horda no está actuando correctamente.

Unos ligeros golpes sonaron en la puerta y un joven elfo de sangre se adentró en la sala, ocupando una silla vacía en la misma mesa en la que estaban todos. Era apuesto, aunque cojeaba levemente.

-          Perdón por la intromisión – se disculpó – Majestad, ¿se me permite?

-          Si, por supuesto, hijo

Nyniel alzó la cabeza, mirándolo con curiosidad. ¿Aquel era el joven Kareth?

-          Hace unos días, vino un amigo a verme, él formaba parte de la expedición de la Horda, y vino a mí en busca de consejo. Por lo que se de la situación, Thrall está desbordado y, sobre todo, se está dejando llevar por Garrosh, que busca más aplastar a la alianza que el bien común. 

-          Obstinado orco… - protestó Vranesh

-          ¿Y qué es lo que propones, Kareth? – anticipó Halthenis

-          ¿Qué es lo que dice la carta que llegó a sus majestades?

-          Que requieren nuestra colaboración en la lucha contra la Plaga – dijo Sylvanas

-          Pues eso haremos – sonrió forzado
-          Explícate – se interesó Lady Liadrin
-          La Horda quiere que luchemos contra la Plaga… pues haremos eso, sólo que no con la Horda

-          No te sigo, joven príncipe – dijo Rommath

-          El Veredicto Cinereo – proclamó

-          ¿Qué? – exclamó Aldrae

-          El Veredicto Cinereo es un grupo de guerreros de élite en Rasganorte, encargado de luchar en primera fila contra las tropas del Rey Exánime. Si es cierto que uno de sus dirigentes es Tirion Vadin, un humano, pero también tienen un lugar importante compatriotas como el Capitán Arnath o, incluso, Koltira Tejemuerte.

-          Kareth, eso me parece todavía más arriesgado, estamos hablando de trabajar codo con codo con el enemigo – dijo Halthenis

-          Pero nuestro enemigo común, ante todo, es la Plaga. – habló Nyniel – No me parece un plan descabellado

-          Hijo… - lo vió venir

-          En efecto, padre, reuniré un grupo, los que quieran acompañarme y partiremos hacia Rasganorte. – evitó su mirada – Majestades, ustedes respondan a la horda, informando que su deseo de que luchemos en contra de la Plaga está siendo cumplido. Así Lunargenta y Entrañas seguirán contando con el apoyo de la Horda, y no participaremos en el juego de guerra de Garrosh.

La sala quedó en completo silencio, hasta que Lady Liadrin comenzó a batir las palmas, aplaudiendo. El resto la imitó, durante unos segundos, hasta que se hizo de nuevo el silencio.

-          Así se hará entonces – dijo Sylvanas

-          Así se hará – confirmó Lor’Themar




Alexstrasza, sintiéndose amenazada, tomó también su forma verdadera, transformándose en una imponente dragona. Sus escamas, al igual que las de Quiuyue eran color carmesí, sus cuernos adornados con oro y de su barbilla colgaba el colgante de la vida, una reliquia concedida a ella por los Titanes, de la cual los dragones extraían parte de su poder.  Sus ojos rojos miraron a su hermana con dureza, antes de responder a su rugido.

-          Quiuyustrasza, te ordenó que regreses a tu forma élfica de inmediato – ordenó

-          No Alexstrasza, no hasta que te replantees tu decisión sobre Chantarelle

-          Quiuyue, eres mi hermana, pero el bienestar de Azeroth está por encima de eso

-          Alexa, eres mi hermana, pero mi deber hacia esa chica también lo está

El enfrentamiento entre las dragonas era casi inminente, hasta que Krasus, el consorte de la reina, hizo uso de su magia arcana, para congelar las patas de ambas para evitar la lucha entre ellas.

-          Esta no es la manera! – gritó – Los dragones no luchan entre sí! Y menos en un lugar como este! 

-          Mis señoras, vuestro poder está haciendo temblar los cimientos de esta isla, por el bienestar de mi misión y de los restos de la Fuente del Sol he de pedir que cesen – Anveena surgió de la nada

Alexstrasza miró de nuevo a su hermana, antes de recuperar su forma élfica, Quiuyue la imitó.

-          Krasus, impón tus ataduras mágicas sobre Quiuyue, nos acompañará de vuelta al Templo – ordenó sin miramientos – Anveena, disculpa el haber puesto en peligro tu misión – dijo más amable

El mago colocó aquel hechizo frío sobre las muñecas de Quiuyue, un amarre del cual ella no podría liberarse, pues como consorte de su hermana, él disponía de más poder que ella. Krasus la miró con desaprobación, aunque también con una chispa de comprensión en sus ojos. Pero no, ella no podía confiar en él, ni en él, ni en nadie.


- ¿Habeis encontrado algo? – habló la maga.

Ibi la miró, se le notaba que había estado llorando, aunque ella trataba por todos los medios de actuar fría y serena. Ashytaka seguía inmerso en aquel grueso libro, sin prestar atención a las dos mujeres.

-          Hemos recibido una visita, interesante – susurró Ibi

-          ¿Una visita? – se extrañó Jaina

-          Sí… Y gracias a él hemos hallado cosas bastante curiosas.

-          Está casi anocheciendo, ¿qué os parece si vamos a cenar algo y lo hablamos después tranquilamente? – ofreció

-          Oh si!!! Comida!! – aquelló llamó la atención del cazador

La cena transcurrió tranquila, los tres solos, en un reservado de la posada, donde podrían hablar tranquilamente de lo descubierto. Jaina observaba a la elfa, sin poder evitar que, en cierta parte, le recordase a ella, joven, llena de energía, tratando de salvar del mal a una persona amada. Amargos recuerdos volvieron a su mente, formando aquel nudo en su garganta, pero aquel vaso de hidromiel hizo que bajase mejor.

-          ¿Qué es lo que habeis descubierto? – su voz era suave y pausada.

-          Encontramos un libro antiguo, con una serie de reseñas sobre el origen del Rey Exanime, pero me temo que ese libro no da más que informaciones vagas y referencias a otro libro

-          ¿A otro libro? – repitió Jaina

-          Sí, el libro que buscamos, por lo que he podido averiguar se encuentra en un lugar llamado Stratholme

La cara de Jaina se tornó blanca como la nieve…

-          No creo que quede nada allí…. La ciudad fue diezmada
-          “Bajo la cripta del duque, el libro aguarda ser leído, la verdad espera ser desvelada” – leyó Ibi
-          No se, me parece un poco obvio todo eso…
-          En realidad no, cuando estábamos buscando se nos apareció un hombre, encapuchado – dijo Ashytaka – Él nos guió a este libro

-          Y también mencionó a mi hermana…