Abrió
los ojos con pesadez… Tuvo que esperar varios segundos hasta que su visión se
adaptó por completo a la luz. Sentía la boca seca y un extraño dolor por todo
el cuerpo.
Miró
a su alrededor, estaba bocabajo, en una cama. Trató de levantarse, el dolor de
su espalda la sacudió por completo. Tuvo que contenerse para no gritar de
dolor.
Se
arrastró entonces hacia la esquina de la cama y dejó caer sus piernas,
flexionando los brazos a continuación hasta que logró levantarse. La cabeza le
daba vueltas. Tuvo que apoyarse en la pared para no perder el equilibrio.
La
habitación en la que se encontraba era bastante austera, constaba de dos camas
individuales, aunque entre ellas había un tercer colchón en el suelo, un
armario doble, y una puerta de lo que parecía ser un baño, era de piedra,
aunque resultaba extrañamente acogedora, por la ventana se colaba la luz del
sol; aunque no se asomó a mirar, le molestaba tanta claridad en los ojos. Se
adentró en la habitación contigua, comprobando con placer que, en efecto, era
un cuarto de baño.
Se
miró en el espejo y apenas se reconoció. Parecía muy demacrada, su pelo estaba
alborotado y no recordaba tenerlo tan largo. Sus ojos color jade quedaban
ocultos bajo unas pronunciadas ojeras. Miró su cuerpo… llevaba una camisa de
botones negra, demasiado grande para ser de su talla, demasiado recta para
pertenecer a una mujer. Su brazo derecho estaba de un color púrpura, alrededor
de una cicatriz. Descubrió una similar en su pierna. Se desabrochó la camisa y
miró su desnudez. Recorriendo con su mirada cada palmo de su cuerpo en busca de
algún indicio de donde podría estar. Observó sus pechos, su vientre plano, su
sexo no parecía haber sido mancillado, sus piernas, sus pies. Pero cuando trató
de verse por detrás descubrió horrorizada la cicatriz que cruzaba su espalda.
La carne todavía estaba fresca y una capa de escarcha la cubría, de forma que
no continuaba sangrando.
Recordó
entonces lo sucedido aquella noche… el frío, la magia, aquella pelea, a aquel
malévolo ser…. Recordó el dolor y haber saltado al vacío. Pero hasta haber
despertado en aquella cama estaba en blanco… Totalmente en blanco.
Abrió
el grifo de la ducha y se sumergió en el chorro de agua caliente. No lo
soportó….
Poco
a poco fue girando la manilla del grifo hacía las temperaturas más frías y lo
encontró reconfortante. Se quedó unos minutos bajo el agua fría, con los ojos
cerrados, y aplicando sobre ella su propia magia de sanación. Sus moratones
desaparecieron poco a poco, de igual modo que sus ojeras. Logró curar las
heridas de su pierna y de su brazo y cauterizar la de la espalda, pero no logró
sanar aquella cicatriz.
Se
envolvió en la toalla y regresó a la habitación. Allí la esperaban dos personas,
dos elfos de sangre, que la miraban con gran expectación.
-
¿Quiénes sois vosotros? – levantó sus manos en señal de amenaza, dispuesta a
lanzar un hechizo
-
Tranquila, mi nombre es Theodor – se presentó – Este es mi compañero Elk, él te
encontró tirada en el suelo, herida y te hemos traído aquí..
-
¿Dónde estoy? – preguntó confusa
-
Estás en el Bastión de Acherus – informó Elk
-
¿Acherus? ¿Sois caballeros de la muerte? – ambos asintieron
El
pánico se adueñó de sus ojos, pero Theodor la sujetó por los hombros, tratando
de tranquilizarla.
-
Los caballeros de la muerte hemos renegado al rey Exánime, ahora somos parte de
los Caballeros de la Espada
de Ébano, estás a salvo.
Inconscientemente,
ella buscó la confirmación del otro caballero, el cual asintió.
-
Llevas seis semanas con nosotros – comenzó Elk ante el asombro de ella. – Estábamos
patrullando Mano de Tyr cuando te encontré en un campo cercano. Hemos tratado
de curar tus… - se fijó en ella, no había rastro de sus heridas
-
Me he curado – esbozó una suave sonrisa
-
¿Puedes contarnos qué te ha sucedido? – preguntó Theodor, intrigado
-
Fui a la Ciudadela
a tratar de asesinar al Rey Exánime – dijo simplemente
Theodor
y Elk se miraron, incrédulos. Tenían tantas preguntas que hacerle que no
supieron por donde empezar. Pero estimaron conveniente dejarla tranquila por el
momento y dejar que fuese Lady Sylvanas quien hiciese las preguntas.
-¿Mis
cosas? – preguntó tras un largo silencio
Ambos
elfos la miraron, sintiéndose ligeramente incómodos ante la visión de ella, una
cosa era ver su espalda o sus piernas cuando estaba inconsciente, pero ahora
estaba despierta, arropada con una toalla y con su largo pelo rubio mojado. Si
hubiese sido en su primera vida, probablemente sus mejillas estarían del más
puro carmesí, por no hablar de otras partes.. teóricamente de hielo.
-
Ehmmm… esto… - balbuceó Theodor
-
Tuvimos que cortar tu vestido… pero aquí estan tu capa, tus botas y tu espada –
Elk se las entregó – Buena espada, por cierto. ¿Quién la ha forjado?
-
Digamos que, una amiga…
Elk
le tendió entonces otra camisa, también de color negro. Ella la cogió
agradecida y regresó al baño. Tras varios minutos, salió. Había ajustado la
camisa con un cinturón, colocado sus botas y su capa. Su pelo ahora estaba liso
y seco, apenas visible bajo la gran capucha.
-
Ahora hemos de llevarte con alguien que quiere conocerte…