La
reina de los renegados, Sylvanas Brisaveloz, y sus forestales oscuras,
presentaban mejor apariencia que la mayoría de los ciudadanos de Entrañas. A
pesar de haber sido torturada y estado al servido del Rey Exánime, conservaba
su cuerpo de elfa de sangre intacto, o casi, pues sus ropas no dejaban entrever
aquellos lugares donde las cicatrices habían marcado su piel, antaño rosácea,
ahora de un tono grisáceo. Su cabello rubio caía hasta su pecho y sus ojos
habían adquirido un tono carmesí. Aún así, era hermosa.
Se
acercó a ella con decisión y retiró su capucha, observando su rostro. La elfa
se quedó inmóvil mientras Sylvanas la miraba. Tras unos segundos, se separó de
ella y comenzó a hablar..
-
Imagino que estaréis cansados por el viaje, he preparado aposentos para ti y
para tus acompañantes. Sed bienvenidos a Entrañas.
Se
alegró de dormir un poco, pese a las pesadillas que invadían su cabeza cada
noche. Aún así, se concentró en estar descansada, seguramente al día siguiente
la bombardearían a preguntas.
Sonrió
al despertar y ver que una de las forestales había depositado varias prendas
femeninas en un sillón, pues la ropa masculina le resultaba un tanto incómoda y
más aún, si no tenía ropa interior que ponerse debajo. Escogió un bonito
conjunto de encaje negro que resaltaba todavía más la turgencia de sus pechos. Como ropa, eligió
un vestido negro y dorado, con escote en v delantero y la espada casi al
descubierto, pues no le lastimaba y siempre podría cubrir su espalda con su
capa. Así pues, una vez vestida, salió a la sala.
Se
sorprendió al ver que Elk, Theodor y Saykon no lucían las mismas ropas que el
día anterior, sino que estaban engalados con las armaduras negras y azuladas de
la Espada de
Ébano. Se fijó en ellos. Elk parecía ser el más joven, de rostro alegre y
alocado, con una ligera perilla en su barbilla. Su pelo era largo y negro y lo
llevaba ligeramente recogido en una coleta. Theodor, era el más alto y mayor de
los tres. Su pelo tenía un ligero matiz azulado y lo llevaba largo y suelto, se
notaba que era un erudito y que sus conocimientos abarcaban todos los ámbitos.
Saykon, por su parte, tenía el pelo oscuro, con un tono gris perla, que
contrastaba con su mirada alegre. Denotaba ser amante de la fiesta. Los tres
tenían un color de ojos azul intenso, por lo visto, era una característica
propia de los caballeros de la muerte.
Los
tres sonrieron al verla con aquel aspecto, sin duda, mucho más adecuado que las
camisas de Elk. Sylvanas también sonrió y le tendió la mano, conduciéndola a
una sala contigua, en la que había varios divanes alrededor de una mesa de té,
en la cual se acomodaron. En la sala sólo estaban ellos cinco.
-
Nos gustaría que nos contases lo sucedido, qué es lo que te llevó a la Ciudadela y cómo lo
hiciste – dijo Sylvanas
-
Con todos mis respetos, Lady Sylvanas, no creo que eso sea algo de vuestra
incumbencia – dijo fríamente – Acudí a la Ciudadela para matarle y, por poco me mata a mí,
creo que es suficiente información.
Incómoda
y avergonzada por haber sufrido aquella derrota, la elfa se levantó.
-
¿Y crees que ya está? – la paró Sylvanas - ¿Crees que cuando se entere, si es
que no lo sabe ya, que estas viva no vendrá a reclamarte?
-
¿Reclamarme? – la miró fijamente
-
Theodor me pidió ayuda cuando no despertabas, fui a verte y vi tu espalda… y no
pude sanarte
-
Cuando desperté usé mi propia magia de sanación sobre mí – dijo mostrando su
pierna
-
¿Y qué hay de tu espalda? – insitió
-
Mi espalda está bien, la herida está casi cicatrizada
-
Está bien… Veo que no quieres escucharme y que no eres consciente del peligro
que corres – suspiró – Cuando haya comenzado, probablemente sea tarde, aún así,
vuelve a verme.
Agradeció
la hospitalidad recibida y la ropa y salió de Entrañas lo más rápido que pudo,
seguida por los tres caballeros de la muerte.
-
¿Por qué te has comportado así con Sylvanas? Ella sólo quería ayudarte-
reprochó Theodor
-
¿Ayudarme? No hay nada que ayudar, fui herida, necesité un tiempo para curarme
y ya está. No veo razones para seguir dándole vueltas. Además, seguramente
piense que he muerto. Borrón y cuenta nueva – concluyó, todavía algo nerviosa.
-
Está bien, tranquila – Elk trató de relajar el ambiente. - ¿Qué harás a partir
de ahora?
-
No lo sé, no me lo había planteado – reconoció ella – Supongo que siempre
podría volver a Lunargenta, aunque….
-
¿Aunque? – preguntó Saykon
-
No quiero tener que dar explicaciones, sólo quiero que me dejen en paz. – dijo
abatida. – Chicos, en serio, os agradezco lo que habéis hecho por mi, haberme
cuidado, haberme ayudado. Pero no quiero seguir metiéndoos en problemas, así
que volveré a Lunargenta, al menos durante un tiempo, a seguir oculta en las
sombras.
-
¿Estás segura? – preguntó Theodor
-
Sí, lo estoy
-
Prometenos, al menos, que si necesitas cualquier cosa nos avisarás – dijo Elk
-
Os lo prometo
Después
de despedirse de los caballeros de la muerte, invocó a su corcel, el cual
resopló con alegría al volver a verla. Ella respondió al saludo acariciando sus
crines, acto seguido montó y puso rumbo a casa.
Cuando
hubo llegado al Bosque de la canción eterna ya era de noche. Recordó su huída y
utilizó la misma técnica… Paladines dormidos, polvo dorado y sombras… Y así..
llegó de nuevo a su casa.
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