lunes, 2 de febrero de 2015

Capítulo 8. Aceptación



La reina de los renegados, Sylvanas Brisaveloz, y sus forestales oscuras, presentaban mejor apariencia que la mayoría de los ciudadanos de Entrañas. A pesar de haber sido torturada y estado al servido del Rey Exánime, conservaba su cuerpo de elfa de sangre intacto, o casi, pues sus ropas no dejaban entrever aquellos lugares donde las cicatrices habían marcado su piel, antaño rosácea, ahora de un tono grisáceo. Su cabello rubio caía hasta su pecho y sus ojos habían adquirido un tono carmesí. Aún así, era hermosa.





Se acercó a ella con decisión y retiró su capucha, observando su rostro. La elfa se quedó inmóvil mientras Sylvanas la miraba. Tras unos segundos, se separó de ella y comenzó a hablar..




- Imagino que estaréis cansados por el viaje, he preparado aposentos para ti y para tus acompañantes. Sed bienvenidos a Entrañas.





Se alegró de dormir un poco, pese a las pesadillas que invadían su cabeza cada noche. Aún así, se concentró en estar descansada, seguramente al día siguiente la bombardearían a preguntas.

Sonrió al despertar y ver que una de las forestales había depositado varias prendas femeninas en un sillón, pues la ropa masculina le resultaba un tanto incómoda y más aún, si no tenía ropa interior que ponerse debajo. Escogió un bonito conjunto de encaje negro que resaltaba todavía más  la turgencia de sus pechos. Como ropa, eligió un vestido negro y dorado, con escote en v delantero y la espada casi al descubierto, pues no le lastimaba y siempre podría cubrir su espalda con su capa. Así pues, una vez vestida, salió a la sala.




Se sorprendió al ver que Elk, Theodor y Saykon no lucían las mismas ropas que el día anterior, sino que estaban engalados con las armaduras negras y azuladas de la Espada de Ébano. Se fijó en ellos. Elk parecía ser el más joven, de rostro alegre y alocado, con una ligera perilla en su barbilla. Su pelo era largo y negro y lo llevaba ligeramente recogido en una coleta. Theodor, era el más alto y mayor de los tres. Su pelo tenía un ligero matiz azulado y lo llevaba largo y suelto, se notaba que era un erudito y que sus conocimientos abarcaban todos los ámbitos. Saykon, por su parte, tenía el pelo oscuro, con un tono gris perla, que contrastaba con su mirada alegre. Denotaba ser amante de la fiesta. Los tres tenían un color de ojos azul intenso, por lo visto, era una característica propia de los caballeros de la muerte.




Los tres sonrieron al verla con aquel aspecto, sin duda, mucho más adecuado que las camisas de Elk. Sylvanas también sonrió y le tendió la mano, conduciéndola a una sala contigua, en la que había varios divanes alrededor de una mesa de té, en la cual se acomodaron. En la sala sólo estaban ellos cinco.




- Nos gustaría que nos contases lo sucedido, qué es lo que te llevó a la Ciudadela y cómo lo hiciste – dijo Sylvanas


- Con todos mis respetos, Lady Sylvanas, no creo que eso sea algo de vuestra incumbencia – dijo fríamente – Acudí a la Ciudadela para matarle y, por poco me mata a mí, creo que es suficiente información.




Incómoda y avergonzada por haber sufrido aquella derrota, la elfa se levantó.




- ¿Y crees que ya está? – la paró Sylvanas - ¿Crees que cuando se entere, si es que no lo sabe ya, que estas viva no vendrá a reclamarte?


- ¿Reclamarme? – la miró fijamente


- Theodor me pidió ayuda cuando no despertabas, fui a verte y vi tu espalda… y no pude sanarte 


- Cuando desperté usé mi propia magia de sanación sobre mí – dijo mostrando su pierna


- ¿Y qué hay de tu espalda? – insitió


- Mi espalda está bien, la herida está casi cicatrizada


- Está bien… Veo que no quieres escucharme y que no eres consciente del peligro que corres – suspiró – Cuando haya comenzado, probablemente sea tarde, aún así, vuelve a verme.






Agradeció la hospitalidad recibida y la ropa y salió de Entrañas lo más rápido que pudo, seguida por los tres caballeros de la muerte.




- ¿Por qué te has comportado así con Sylvanas? Ella sólo quería ayudarte- reprochó Theodor


- ¿Ayudarme? No hay nada que ayudar, fui herida, necesité un tiempo para curarme y ya está. No veo razones para seguir dándole vueltas. Además, seguramente piense que he muerto. Borrón y cuenta nueva – concluyó, todavía algo nerviosa.


- Está bien, tranquila – Elk trató de relajar el ambiente. - ¿Qué harás a partir de ahora?

- No lo sé, no me lo había planteado – reconoció ella – Supongo que siempre podría volver a Lunargenta, aunque….


- ¿Aunque? – preguntó Saykon


- No quiero tener que dar explicaciones, sólo quiero que me dejen en paz. – dijo abatida. – Chicos, en serio, os agradezco lo que habéis hecho por mi, haberme cuidado, haberme ayudado. Pero no quiero seguir metiéndoos en problemas, así que volveré a Lunargenta, al menos durante un tiempo, a seguir oculta en las sombras.


- ¿Estás segura? – preguntó Theodor


- Sí, lo estoy


- Prometenos, al menos, que si necesitas cualquier cosa nos avisarás – dijo Elk


- Os lo prometo




Después de despedirse de los caballeros de la muerte, invocó a su corcel, el cual resopló con alegría al volver a verla. Ella respondió al saludo acariciando sus crines, acto seguido montó y puso rumbo a casa.





Cuando hubo llegado al Bosque de la canción eterna ya era de noche. Recordó su huída y utilizó la misma técnica… Paladines dormidos, polvo dorado y sombras… Y así.. llegó de nuevo a su casa.

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