No
sabía cómo… pero allí estaba… en su puerta. No acostumbraba a recibir visitas y
menos, aquella clase de visitas.
-
¿Cómo diablos has averiguado donde vivo? – rugió ella
-
Soy guardia de la ciudad, guapo y listo. – sonrió de manera chulesca – Además,
toda Lunargenta está en la Plaza Mayor,
a excepción de ti..
-
¿Cómo has podido averiguar eso?
-
No eres tan lista cómo te crees, la tuya es la única luz que se ve en toda la
ciudad, además de las de la plaza
-
“Mierda…” – pensó ella
Amin la miró divertido, viendo como la elfa se frustraba ante su ágil descubrimiento.
-
Está bien, pasa… - aceptó a regañadientes.
El
paladín observó el pequeño apartamento. Las paredes estaban pintadas de un
color beige crudo, aunque decorada con cortinas de seda y gasa de color
púrpura. La vivienda constaba de una
minúscula cocina cuyos muebles eran de mármol de color ébano, no tenía mucho
que destacar, salvo que no parecía ser demasiado utilizada. El salón se separaba de lo que parecía el
dormitorio por un tupido cortinón de seda; a medida que se acercó, pudo
vislumbrar una bonita cama con dosel. Había una puerta, que seguramente
pertenecía al cuarto de baño.
Amateratzu, gracias por el té conmigo ^^ |
Lo
instó a sentarse en un diván de color negro aterciopelado, ella tomó asiento en
un sillón del mismo color, tras poner una tetera en la mesita y dos tazas.
-
¿Qué es? – preguntó, algo intimidado
-
Té de rosa de talandra – respondió – Si quisiera matarte, el envenenamiento
sería la última de mis opciones – una sonrisa irónica se dibujó en su cara
Amin sirvió la taza de ella y después la propia, ante la atenta, pero inquisitiva,
mirada de la elfa. Se había sorprendido verla sin su amplia capucha negra, cosa
que le había alegrado; aunque la actitud de ella seguía siendo tan fría como la
noche que la había visto por primera vez.
-
Y bien.. ¿a qué has venido? – dijo fríamente
-
A advertirte – entró en su juego de frialdad
-
¿Advertirme?
-
Si, mi estúpido compañero, el de la otra noche, ha ido contando por ahí
historias acerca de una siniestra elfa que quiso ayudar a la plaga a entrar en
la ciudad…
-
Pero eso no es cierto, yo fui a luchar contra ellos! – se puso en pie
-
Lo se, y por eso estoy aquí. – tranquilizó. – Ha ido dando una descripción
detallada tuya, de lo poco que ha podido ver cuando peleábamos. Yo soy un héroe
pero tú….- suspiró. – Registrarán toda la ciudad, palmo a palmo, te
encontrarán… y encarcelarán.
-
No lo entiendo… - reconoció, un tanto apenada. – Yo sólo he luchado, luchado
por proteger a esta ciudad, a sus habitantes..
-
Lo sé.. y créeme que no me gustan estas cosas y que haré todo lo que esté en
mis manos para remediar la situación y limpiar tu nombre, aunque no sepa ni
cual es; te doy mi palabra de paladín- puso la mano en el pecho. – Pero hoy por
hoy, lo mejor es que desaparezcas, al menos durante una temporada.
La
elfa se quedó inmóvil, tratando de procesar en su mente la conversación que
acababan de mantener. Un sentimiento de angustia y rabia comenzó a burbujear en
su interior, apretó los puños, tratando de controlarse. Por otra parte, sintió
tristeza y unas ganas tremendas de romper en llanto, pero no… llorar era de
débiles y ella no era débil. Echó un vistazo a su apartamento, apenada; aquel
pequeño espacio era todo cuanto tenía, era su lugar.
Caminó
hacia el armario y cogió una mochila de viaje, y empezó a empacar cosas… Unas
cuantas pociones, ropa interior, un par de vestidos, sus accesorios de higiene…
Junto a su cama reposaba un colgante con forma de luna, de plata, con algunos
símbolos grabados; había sido de su madre, se lo colgó en el cuello y lo
acarició con la yema de los dedos. Después, colocó la vaina de su espada en su
cadera y su capa negra por encima. Entonces reparó en que el paladín aún estaba
allí.
-
¿Puedo saber tu nombre al menos? – preguntó levantándose.
-
¿Mi nombre? – estaba distraída – Nyn – no creyó conveniente revelar su
verdadero nombre, por eso utilizó el de su madre.
-
Un placer, Nyn – se despidieron.
Como
una sombra, sí, eso es lo que era, una sombra… Salió de su casa seguida por el
paladín y el sonido, como un tintineo, de su armadura. Escuchó el alboroto, procedente de la plaza
mayor, pero su camino era otro… Con varios saltos, subió al tejado de uno de
los edificios colindantes con la muralla. Y, sin mirar atrás, saltó al otro
lado, perdiéndose en la oscuridad…
No hay comentarios:
Publicar un comentario