miércoles, 4 de febrero de 2015

Capítulo 11. La dura vida de un gato



Comenzaba un nuevo día en Los Baldíos, otro duro día de trabajo para Miauu. 





Miauu es un joven tauren druida, aprendiz de alquimia del Gran Maestro Tooranu, un experto alquimista afincado en Orgrimmar, el cual trabaja directamente para Thrall, el jefe de guerra de la horda.



Es uno de los mejores estudiantes de Tooranu, junto con Lanza, un no-muerto mago. Llevan desde muy pequeños siendo alumnos del gran alquimista, y por fin, tras años y años de esfuerzos, Tooranu ha decidido darles la oportunidad de ayudarle. 




Thrall ha encargado al gremio de alquimistas varios lotes de pociones y elixires para abastecer a las tropas que enviará a una extraña expedición a Sierra Espolón. Según los rumores que han llegado a Orgrimmar, en lo más profundo de la sierra, varios de los esbirros del Rey Exánime, están montando una nueva base de operaciones. El líder orco, ha designado a sus mejores guerreros, brujos y chamanes para que vayan, contando incluso, con la ayuda de varios paladines, cedidos por Lor'Themar Theron para ayudar en sus campañas militares y estrechar así las relaciones entre las capitales,




Pero todo aquello sobre guerras, armaduras y expediciones eran algo que no le atañía al joven druida. A él le apasionaba la naturaleza, las plantas, los animales, estudiar los distintos fenómenos meteorológicos…  Por eso le gustaba la alquimia, utilizar las plantas en beneficio para todos, la realización de pociones y elixires era su pasión. Mientras que para su compañero Lanza, era la transmutación.






Pero hoy, Miauu estaba en su elemento, la naturaleza. Cuando estaba en Orgrimmar o con la gente, adoptaba su forma natural, la de un colosal tauren; pero el resto del tiempo, su forma era la de un gatito negro. Se sentía cómodo en esa forma.



Sonrió… y echó a correr hacia Vallefresno, allí tenía que recoger varias plantas para sus pociones. Decidió evitar los caminos principales y atravesar la naturaleza, en aquella forma estaba en armonía con todos los seres, por el camino principal siempre tenía riesgos de encontrarse con algún miembro de la Alianza, pues también ellos tenían bases en aquella zona.




Tan sólo le faltaba una planta en su lista, marregal.

Repasó con rapidez su mente en busca de la imagen de aquella planta… pero se había quedado en blanco. Sabía que se utilizaba en pociones de curación, debido a sus propiedades antisépticas, pero encontrar una planta sin saber cual es su aspecto era una tarea un tanto complicada.



Miauu se estiró, doblando hacia el suelo sus patas delanteras, después, se sacudió. Cuando miró hacia atrás pudo ver que lo que le había hecho cosquillas no era más que una mariposa de color celeste que volaba un tanto desorientada.




- Marregal… marregal… ¿dónde estas? – suspiró con resignación






Deambulo taciturno por el bosque, con la mirada clavada en el suelo, observando cada flor, cada brote, cada brizna de hierba, tratando de recordar cual era el aspecto de lo que había venido a buscar.  Llegó al borde de una montaña, chocando con sus cuernos contra la roca. Retrocedió, aún resentido por el dolor de la colisión, pero su trasero se topó con algo blandito. Oyó la caída y después un lamento.




Miauu se volteó, inquieto, y pudo ver qué, o más bien a quien, había arrollado. Una elfa de sangre de cabello plateado yacía en el suelo, se había llevado la mano al brazo y su cara mostraba una mueca de dolor.



- Yo… yo.. lo siento, no pretendía… - se disculpó el tauren



- No te preocupes, estaba distraída – dijo la elfa.





La elfa lo miró absorta. Ante ella se encontraba un formidable felino de pelaje negro. Su pelo brillaba intensamente bajo los rayos de sol que se colaban entre las hojas de los árboles. Sus crines eran de color gris perla y tenía unos curiosos tatuajes rojos en las mejillas y los omoplatos, estos últimos tenían forma de media luna con un circulito encima.

Por un momento, pensó en acariciarlo, pero su vista se posó entonces en sus cuernos y sus temibles colmillos, aterrorizada, retrocedió.




- Tranquila, soy un druida, no voy a hacerte daño – se percató él – Me llamo Miau – dijo adoptando su forma natural de tauren y tendiéndole la mano.



- Mi nombre es Kureimo– dijo ella apretando su mano, todavía un poco reticente.




Miau pudo notar entonces lo fría que estaba… Su rostro era dulce, con labios rosados, enmarcado por una melena plateada, que le llegaba hasta media espalda; lo llevaba sujeto en la parte de delante con una diadema turquesa, a juego con sus ojos. Vestía una armadura ligera, de color negro azulado y un tabardo de batalla de la horda.




- ¿Eres un caballero de la muerte? – osó preguntar


- Si – lo miró con tristeza – Thrall envió a mi escuadrón a inspeccionar Frondavil, bajo la alerta de un grupo de demonios que aterrorizaba a los ciudadanos y había envenenado el agua.


- ¿Y qué paso? – quiso saber él


- Estabamos en Jaedenar, una antigua ciudad de los elfos de la noche; descansando, cuando ellos atacaron – suspiró hondo – Mataron en el acto a algunos y a otros los llevaron prisioneros. – no puedo evitar estallar en lágrimas – Sólo yo pude escapar…





Miauu, consternado, la atrajo hacia sí, reconfortándola con aquel cálido abrazo. Ella se dejó llevar y permanecieron así durante varios minutos, hasta que ella, poco a poco, se fue distanciando y recobrando la compostura.




- Kure, ¿puedo llamarte así? – ella asintió. – Mi maestro me ha enviado a buscar unas plantas, me falta sólo una. Después, te llevaré conmigo y te prepararé una rica cena, ¿te parece bien?


- Si… - se llevó una mano al estómago – La verdad es que estoy algo hambrienta – las tripas le rugieron.


- Ya veo – se echaron a reír.






Él recuperó su forma felina y volvió a posar la vista en el suelo, ella, le imitó. Caminaron en círculos durante un rato, buscando y rebuscando.




- ¿Se puede saber que estamos buscando? – preguntó Kure


- Una planta que se llama marregal, pero no me acuerdo como es – dijo con timidez


- ¿Por qué no me lo has dicho antes? – preguntó con espontaneidad – Vengo todo el camino recogiéndolos! – le mostró el contenido de su bolsa.


- Bien, entonces, mi querida nueva amiga – se transformó en oso – Suba y vamos a comer!




Kureimo rió y tomó asiento en el lomo del oso, sujetándose a su cuello. El oso gris bramó y emprendió el camino a casa.

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