viernes, 23 de enero de 2015

Capítulo 1. Toque de queda






El enorme reloj de la catedral del palacio de Lunargenta daba la duodécima campanada, dando lugar a un nuevo día… En las sombras, una figura femenina, cubría su cabeza con una capucha negra y salía al exterior, silenciosa y veloz como un ánima.

Su camino pronto se vio truncado por varios de los guardias que velaban por la seguridad de la ciudad pues, estando tan cerca de los esbirros de la plaga, Lor'Themar Theron había decretado un toque de queda en la ciudad, para tratar así de proteger a sus ciudadanos. Era sabido por todos que era cuando caía el sol, cuando los necrófagos aprovechaban para nutrir a la espada del Rey Exánime con más almas y engrosar las filas de su ejército de no-muertos.

Pero aquello no le importaba, ella sólo quería salir de la ciudad para reunirse con su destino. Aprovechándose de las sombras que le ofrecían refugio en aquella noche sin luna, logró llegar a la puerta principal sin ningún impedimento. Sólo le faltaba burlar la vigilancia de aquellos dos imponentes paladines que custodiaban la entrada…


- Paladines… - suspiró con cierto resentimiento. 


Cada vez que se topaba con alguno de aquellos flamantes y presuntuosos paladines, su mente evocaba crueles recuerdos. Tragó saliva y sonrió con cierta picardía. Se acercó todo lo que pudo sin ser vista y pronunció unas palabras en élfico antiguo. Casi de inmediato, unas extrañas nubes de polvo dorado envolvieron a los guardias, dejándolos sumidos en un fugaz sueño, tiempo suficiente para que ella pudiese salir. Cuando despertasen, no se acordarían de nada, ni siquiera de haberse dormido.


Caminó ávida hasta la Plaza Alalcón, observando fríamente cómo el tiempo lo había deteriorado todo. La fuente, en la que no hace tanto, nadaban alegres pececillos carmesí, ahora rezumaba de agua marronácea, cuyo hedor henchía toda la plaza. Se adentró en lo que había sido la taberna, esquivando con destreza las enormes telarañas que colgaban del techo y se adentró en la estancia.

Repasó cada centímetro de la taberna. A pesar de que estuviese a oscuras, aquello no era un impedimento, llevaba años acostumbrando sus ojos a la falta de luz, por lo que su vista no tenía nada que envidiar a la visión de un felino. La taberna estaba vacía, o lo estaba hasta que un destello azul iluminó la estancia. Ella miró impasible a la persona que acababa de llegar, un hombre de unos 90 años, de pelo canoso, ataviado con una túnica celeste y malva, propia de los miembros del Kirin Tor.


- Llegas tarde.. – habló ella con frialdad

- Niña, no tienes ni idea de lo difícil que es salir de Dalaran sin ser visto. – suspiró mientras se dejaba caer en un diván polvoriento. - ¿Cómo te las has arreglado para salir de Lunargenta sin ser vista? Tengo entendido que Lord Themar Theron ha proclamado un estricto toque de queda..


- Una tiene sus técnicas… - esbozó media sonrisa – No sólo los magos hacéis grandes cosas.


El mago la inspeccionó con la mirada. Ella se encontraba apoyada contra la pared, tenía un porte elegante pero con un toque siniestro. Su rostro estaba totalmente cubierto con una capucha negra. Por su voz parecía joven, aunque el anciano no quiso insistir más en saber sobre ella, estaba claro que ella no quería descubrir su identidad y no sería él quien insistiese.


- Cuando estés preparada, te abriré el portal – dijo el mago por fin.

- Estaba esperando a que tú estuvieses preparado, deberías descansar más – sugirió amable

- Si.. si… eso tenía pensado – reconoció extrañado por aquella repentina amabilidad – Escuchame atentamente, niña… Ahora abriré el portal a Dalaran, lo tomaremos juntos, una vez allí, te lanzaré un hechizo de invisibilidad y te guiaré hasta una zona segura. – dijo algo tenso - ¿Tienes alguna montura que pueda volar?

- Si – dijo simplemente

- Bien, allá vamos


El mago utilizó entonces parte de su poder arcano para conjurar un portal que los llevaría a Dalaran, la capital de la magia. Una vez hubieron llegado, él le aplicó a su extraña acompañante el hechizo de invisibilidad y, tal y como habían acordado, la guió hasta el Alto de Krasus, la zona de despegue de la ciudad, desierta a aquellas horas.


- Mago.. 


- ¿Si?


- Quiero pedirte otro favor… - suspiró lentamente – Hay una nueva aprendiz de mago en la ciudad, su nombre es Ibiza…Si algo me pasase, cuida de ella.


El mago, todavía más extrañado, balbuceó unas palabras sin sentido. Quedando todavía más estupefacto cuando la joven invocó a un corcel celestial, una extrañísima raza de caballos alados que nacía en el confín de Rasganorte. Antes de que pudiese decir nada, ella ya no estaba…

El mago se sentó en un banco y observó el firmamento… Recordando cómo había conocido a aquella joven y el por qué había accedido a aquello. Lo encontró todo demasiado borroso, cosa que achacó a su avanzada edad.


- Espero que todo te vaya bien, niña… - susurró a la noche..

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