El
enorme reloj de la catedral del palacio de Lunargenta daba la duodécima
campanada, dando lugar a un nuevo día… En las sombras, una figura femenina,
cubría su cabeza con una capucha negra y salía al exterior, silenciosa y veloz
como un ánima.
Su
camino pronto se vio truncado por varios de los guardias que velaban por la
seguridad de la ciudad pues, estando tan cerca de los esbirros de la plaga,
Lor'Themar Theron había decretado un toque de queda en la ciudad, para tratar
así de proteger a sus ciudadanos. Era sabido por todos que era cuando caía el
sol, cuando los necrófagos aprovechaban para nutrir a la espada del Rey Exánime
con más almas y engrosar las filas de su ejército de no-muertos.
Pero
aquello no le importaba, ella sólo quería salir de la ciudad para reunirse con
su destino. Aprovechándose de las sombras que le ofrecían refugio en aquella
noche sin luna, logró llegar a la puerta principal sin ningún impedimento. Sólo
le faltaba burlar la vigilancia de aquellos dos imponentes paladines que
custodiaban la entrada…
-
Paladines… - suspiró con cierto resentimiento.
Cada
vez que se topaba con alguno de aquellos flamantes y presuntuosos paladines, su
mente evocaba crueles recuerdos. Tragó saliva y sonrió con cierta picardía. Se
acercó todo lo que pudo sin ser vista y pronunció unas palabras en élfico
antiguo. Casi de inmediato, unas extrañas nubes de polvo dorado envolvieron a
los guardias, dejándolos sumidos en un fugaz sueño, tiempo suficiente para que
ella pudiese salir. Cuando despertasen, no se acordarían de nada, ni siquiera
de haberse dormido.
Caminó
ávida hasta la Plaza Alalcón,
observando fríamente cómo el tiempo lo había deteriorado todo. La fuente, en la
que no hace tanto, nadaban alegres pececillos carmesí, ahora rezumaba de agua marronácea,
cuyo hedor henchía toda la plaza. Se adentró en lo que había sido la taberna,
esquivando con destreza las enormes telarañas que colgaban del techo y se
adentró en la estancia.
Repasó
cada centímetro de la taberna. A pesar de que estuviese a oscuras, aquello no
era un impedimento, llevaba años acostumbrando sus ojos a la falta de luz, por
lo que su vista no tenía nada que envidiar a la visión de un felino. La taberna
estaba vacía, o lo estaba hasta que un destello azul iluminó la estancia. Ella miró
impasible a la persona que acababa de llegar, un hombre de unos 90 años, de
pelo canoso, ataviado con una túnica celeste y malva, propia de los miembros
del Kirin Tor.
-
Llegas tarde.. – habló ella con frialdad
-
Niña, no tienes ni idea de lo difícil que es salir de Dalaran sin ser visto. –
suspiró mientras se dejaba caer en un diván polvoriento. - ¿Cómo te las has
arreglado para salir de Lunargenta sin ser vista? Tengo entendido que Lord
Themar Theron ha proclamado un estricto toque de queda..
-
Una tiene sus técnicas… - esbozó media sonrisa – No sólo los magos hacéis
grandes cosas.
El
mago la inspeccionó con la mirada. Ella se encontraba apoyada contra la pared,
tenía un porte elegante pero con un toque siniestro. Su rostro estaba
totalmente cubierto con una capucha negra. Por su voz parecía joven, aunque el
anciano no quiso insistir más en saber sobre ella, estaba claro que ella no
quería descubrir su identidad y no sería él quien insistiese.
-
Cuando estés preparada, te abriré el portal – dijo el mago por fin.
-
Estaba esperando a que tú estuvieses preparado, deberías descansar más –
sugirió amable
-
Si.. si… eso tenía pensado – reconoció extrañado por aquella repentina
amabilidad – Escuchame atentamente, niña… Ahora abriré el portal a Dalaran, lo tomaremos
juntos, una vez allí, te lanzaré un hechizo de invisibilidad y te guiaré hasta
una zona segura. – dijo algo tenso - ¿Tienes alguna montura que pueda volar?
-
Si – dijo simplemente
-
Bien, allá vamos
El
mago utilizó entonces parte de su poder arcano para conjurar un portal que los
llevaría a Dalaran, la capital de la magia. Una vez hubieron llegado, él le
aplicó a su extraña acompañante el hechizo de invisibilidad y, tal y como
habían acordado, la guió hasta el Alto de Krasus, la zona de despegue de la
ciudad, desierta a aquellas horas.
-
Mago..
-
¿Si?
-
Quiero pedirte otro favor… - suspiró lentamente – Hay una nueva aprendiz de
mago en la ciudad, su nombre es Ibiza…Si algo me pasase, cuida de ella.
El
mago, todavía más extrañado, balbuceó unas palabras sin sentido. Quedando
todavía más estupefacto cuando la joven invocó a un corcel celestial, una
extrañísima raza de caballos alados que nacía en el confín de Rasganorte. Antes
de que pudiese decir nada, ella ya no estaba…
El
mago se sentó en un banco y observó el firmamento… Recordando cómo había
conocido a aquella joven y el por qué había accedido a aquello. Lo encontró
todo demasiado borroso, cosa que achacó a su avanzada edad.
-
Espero que todo te vaya bien, niña… - susurró a la noche..
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