Su
mente y su cuerpo evocaban ahora todo tipo de sensaciones, muchas de ellas
contradictorias. Estaba nerviosa, estaba tranquila, estaba feliz, estaba….
Sacudió
la cabeza con fuerza para tratar de centrarse. Dejó caer sus brazos y movió los
dedos, canalizando toda la magia que poseía.
Se
encontraba ante la última de las puertas que cruzaría aquella noche, ante los
aposentos del ser al que odiaba, del ser cuya vida arrebataría esa noche.
Sonrió
con cierta ironía. Hacía tres horas que había comenzado un nuevo día, el día de
su cumpleaños. Desde la muerte de sus padres no había vuelto a recibir ningún
regalo por aquel día pero, dieciséis años después, allí estaba, procurándose su
propio obsequio, uno muy especial… su venganza..
Suspiró
hondo y se coló en la habitación. A diferencia del resto de la Ciudadela, el suelo
estaba enmoquetado y el ambiente hasta podría resultar acogedor, de no ser por
el cuerpo que yacía en la cama, descansando. Elegantes muebles dignos que
cualquier palacio la rodeaban, al fondo, en una peana, descansaba la Agonía de Escarcha. Su sola
presencia hizo que se estremeciese.
Caminó
con pasos ligeros, pero firmes hasta el lecho, blandiendo en alto la espada y
atravesando el pecho del Rey. Su cara dio un signo de felicidad que no duró más
que unas milésimas de segundos. Porque,
cuando retiró la espada del cuerpo, descubrió que estaba totalmente limpia, ni
rastro de sangre.
Repasó
con la mirada el cuerpo del Rey, topándose con aquellos fríos ojos y retrocedió
horrorizada. Este se levantó, dirigiéndole una mirada desafiante, antes de
esbozar una siniestra sonrisa.
-
Vaya vaya…. Así que un insecto ha logrado colarse a través de la tela de araña
– su voz resonó en las paredes
Ella
trató de mantener la calma y, sobre todo, no mirarle a los ojos. Notaba su
mirada repasar su cuerpo de arriba abajo, quedándose fija por fin a la altura
de su pecho.
-
Pero si eres una dama… - rió – Eso ya me agrada más..
-
Nunca podrás tocarme – repuso ella anticipándose a sus horribles ideas
-
Pequeña, yo siempre consigo todo cuanto deseo, tarde o temprano
Se
sentía humillada, nunca había tolerado que nadie la tratase como inferior sólo
por el hecho de ser mujer y, mucho menos, que la mirasen de aquella forma.
Sintió como sus mejillas se acaloraban, presas de la ira.
Empuñó
de nuevo la espada y se lanzó contra él con todas sus fuerzas. El Rey Exánime
fue esquivando sus ataques hasta llegar junto a su espada, la cual, al contacto
con su piel, desprendió un brillo helado, iluminando parcialmente la sala.
Cuando
ambas espadas chocaron, un extraño estallido de magia surgió con el roce entre
las armas, proyectándolos hacia atrás. Ella se fijo entonces en él… No llevaba
su negra armadura, sino más bien una prenda de dormir, su cabello plateado y
largo caía por su espalda y su semblante duro y hosco de un humano, quedaba
enfriado por aquellos ojos como el hielo.
De
nuevo las espadas chocaron, enzarzándose ahora en una épica lucha en la que la
elfa combinaba las estocadas con ataques mágicos, que eran lo único que parecía
dañarle.
Él,
por su parte, sonreía satisfecho de tener un rival digno de él, pensando en lo
que podría hacer con ella cuando la hubiese vencido. Recordó en aquel momento a
la valiente y obstinada Sylvanas, que había luchado con valentía, demostrando
ser también una adversaria digna. Su sonrisa se hizo mayor cuando recordó lo
mucho que había disfrutado torturándola y teniéndola a su merced. ¿Podría
hacerle lo mismo a aquella elfa?
Ella
se movía con soltura, parecía totalmente acostumbrada a pelear con aquella
espada, atacaba y esquivaba los ataques de su oponente con una agilidad digna
de cualquier paladín, pero su magia reflejaba que no se enfrentaba a un
paladín, sino a algo más complejo. El Rey cambió su táctica de pronto,
limitándose a defenderse y dar fuertes sacudidas con su mandoble que provocaban
fuertes vientos. En uno de estos ataques, la capucha de la joven elfa se fue
para atrás, revelando por fin su rostro. Sus ojos jade le miraron con el más
profundo resentimiento, mientras su cabello dorado ondulaba aún por el efecto
del viento. Él sonrió en sus adentros… Y atacó de nuevo…
Esta
vez sus ataques eran contundentes, demostrando su gran habilidad como el
paladín que antaño había sido. A ella le estaba costando más bloquear sus
ataques y tener tiempo para lanzar sus hechizos. En un despiste de ella, agonía
de las sombras, logró alcanzarla, rasgando su ropa y la piel bajo ella a la
altura del muslo, momento que aprovechó la elfa para lanzar un poderoso hechizo
que, sin duda alguna, hirió a su contrincante en el brazo.
Él
se miró el brazo y vio una pequeña mancha color granate, hacía mucho tiempo que
no veía su propia sangre. El tiempo que reaccionaba, ella ya le estaba lanzando
otro hechizo, que este desvió con su espada en dirección hacia ella, que
esquivó con un escudo.
Su
siguiente ataque quebró el escudo de ella, quedando la elfa contra la pared y
él muy muy cerca..
-
Cede en tu empeño y tendré clemencia contigo - advirtió
Pero
ella no le escuchó, realizó una finta y salió de la pared, terminando con una
estocada en el mismo hombro que había herido anteriormente. La paciencia de él
colmó… y Agonía de escarcha chocó con fiereza contra la espada de ella,
consumiendo parte de su fuego… La elfa, se alejó lanzando un nuevo hechizo
sagrado y realizó una finta, que él interceptó, desgarrando la fina piel de la
elfa…
Ella
gritó… el dolor y el frío de la escarcha se apoderaron de ella…. Se giró y paró
la temible espada entre sus manos, impidiendo que alcanzase su pecho, pero sus
manos chorreaban sangre al contacto con el filo. Él la miro con semblante
serio, cayendo de rodillas cuando ella le propinó una oportuna patada en la
entrepierna.
La
elfa blandió de nuevo su espada, pero estaba débil… por lo que no fue capaz de
esquivar su siguiente estocada, que le dio de pleno en el brazo derecho…
Lo
miró con odio, con resentimiento y, acercándose a la ventana, cuyos cristales
habían estallado, saltó al vacío…
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