jueves, 26 de febrero de 2015

Capítulo 30. Hogar, amargo hogar



No tuvo otra opción, ninguna otra opción más que aceptar la misión… De hecho, la misión no podía completarse sin ella.



El peso del escudo la incomodaba, además de que no estaba segura de cómo llevarlo para que no se notase su inexperiencia. Miró a Elk, que cabalgaba a su lado, la armadura dorada le quedaba bien, de hecho, parecía haber estado destinado a ella. A Theodor, Saykon y Solanar también parecía que les ganaba la incomodidad, nunca habían tenido ni idea de paladines y ahora ahí estaban, cabalgando en destreros thalassianos hacia Lunargenta. Por lo que ella había entendido, Theodor había sido mago en otra vida, Saykon pícaro y Solanar cazador. Por parte de Elk, los rumores decían que había muerto el mismo día que lo iban a consagrar como paladín.



Cuando se había visto en el espejo antes de partir, su respiración se cortó…  Llevaba una coraza ligera dorada con un gran escote en v, que se unía a unos quijotes del mismo color. En su mano derecha llevaba a Mi Último Suspiro y en la otra un escudo negro con el emblema de Lunargenta. 





Inicio del flashback



Por fin había cumplido siete años y con ellos, el día en el que por fin pudo inscribirse en la escuela de paladines.  Era su sueño…



Entrenaba cada día durante horas, exigiéndose más que al resto, de todos modos, tampoco tenía a donde ir. Los primeros años transcurrieron perfectamente,  Chantarelle parecía seguir los pasos de su padre, era una buena alumna, de sobresalientes y sus poderes parecían ir orientados hacia ello.



Pero todo cambió a sus dieciséis años… de la noche a la mañana sus poderes cambiaron, se hizo débil, incapaz de controlar las auras, incapaz de luchar con mandobles y aquello… aquel al que creía su amigo… aquella noche sus sueños se rompieron en mil pedazos…



Fin del flashback




Había apretado los párpados con fuerza, conteniendo las lágrimas que luchaban por precipitarse de sus ojos y salido al encuentro de sus compañeros...




Tras una dura jornada de viaje, la hermosa y elegante arquitectura de Lunargenta se mostró a sus ojos. Faltaba poco para el anochecer, por lo que podrían entrar en la ciudad sin ningún problema, pues el toque de queda todavía seguía activo.

El inconfundible sonido del caminar de los caballos alertaron a los guardias, que pidieron de inmediato identificación a los improvisados paladines.

-          Shin'do Sin'dorei! – saludó uno de los guardianes - ¿Con quién tengo el honor de hablar?


-          Mi nombre es Theodor, estos son mis compañeros Elk, Saykon, Solanar y …..

El retumbante sonido de unas sirenas cortó la palabra a Theodor, era la señal del toque  de queda, cosa que Elle agradeció, pues no estaba convencida de que seguir usando el nombre de su madre fuese una buena idea. Los guardias se despidieron de ellos y comenzaron con el protocolo de cierre de la ciudad





Avanzaron por las calles de la ciudad, observando cómo la gente recogía sus puestos y cerraba puertas y ventanas.

-          Hay un poco de psicosis, ¿no? – preguntó Saykon

-          Si… bastante – reconoció Nyn

-          Una pregunta chicos.. ¿Dónde vamos a hospedarnos? – preguntó Solanar


Los caballeros de la muerte se miraron, para terminar mirándola a ella, que, sintiéndose observada y obligada a tener una respuesta, suspiró.


-          Una posada sería demasiado cantosa… - suspiró con pesadez – Cabalgad hasta la parte este de la ciudad, una vez allí encontrareis un sendero de adoquines, lo mejor es que vayáis a pie para no llamar mucho la atención. Seguid el sendero hasta la bifurcación y girad a la izquierda, a lo lejos veréis una casa grande. No sé en qué estado está, pero supongo que servirá… No tratéis de entrar, por favor, ni rompáis nada de lo que halléis a vuestro paso. – retiró su corcel – Voy a por las llaves

 

-          Te acompaño – ofreció Elk

-          Bien, no tardéis demasiado.- dijo Theodor


Una vez que sus compañeros se fueron, Nyn y Elk siguieron la avenida hasta llegar al bazar, donde caminaron entre las sombras hasta llegar a un edificio con balcones. La elfa se coló en un portal y subió al segundo piso, seguida por el caballero de la muerte. Una robusta puerta de madera les bloqueó el paso, pero ella palpó la pared en busca de una pequeña grieta, de la cual sacó una llave de bronce.


-          No tienes mucha seguridad que digamos.. – Apuntó el elfo mientras ella abría

-          No la necesito.. ¿Quién iba a querer robar a una pobre huérfana?


Entraron en el apartamento, todo seguía tal y como lo había dejado meses atrás. Su cama, su ropa, allí estaba todo… En el baño se desvistió y se puso una toga oscura, guardando su armadura en un morral. Se dirigió a la cómoda y rebuscó en los cajones en busca de una pequeña cajita negra, de la cual sacó unas llaves doradas. 



Mientras Elk descansaba un poco, ella rebuscó en unos cajones más y metió todo en la bolsa, acto seguido, marcharon en busca del resto del grupo




Hacía años que no iba a aquel lugar, demasiados… La casa seguía igual, aunque oculta tras hiedra y maleza, nadie la había cuidado.

-          No quisimos tocar nada, como tú nos dijiste – dijo Theodor al verlos llegar

-          Entraremos por la parte de atrás, nadie notará nada


La siguieron por uno de los laterales hasta lo que parecía ser otra entrada, sin poder evitar arañarse por el camino, pues las zarzas se agolpaban en aquella zona. Saykon se apresuró en despejar la entrada y así accedieron al interior de la vivienda.

Todo estaba igual que hace dieciséis años… sólo que cubierto de polvo, aunque ni siquiera las arañas parecían haberse atrevido a apoderarse de los recuerdos de aquel lugar. Los caballeros de la muerte observaban todo a su alrededor, preguntándose lo inevitable.. ¿De quién era aquella casa?

Ella fue la última en entrar… nada más cruzar el umbral de la puerta, una oleada de tenues recuerdos se apoderó de ella, tratando de quebrar sus fortalezas. Estaba temblando, presa de sus sentimientos, de sus recuerdos… pero se forzó a entrar, cerrando la puerta con delicadeza tras ella.

Sus compañeros observaban con atención cada detalle de la casa, los muebles eran elegantes y no estaban dañados debido al paso del tiempo en aquellas condiciones. Tan sólo Theodor reparó en el enorme cuadro que reposaba sobre la chimenea, que mostraba a una pareja con un bebé en brazos. El padre era un elfo de cabello rubio y armadura dorada de paladín, la madre era una elfa de cabellos dorados, que vestía una toga dorada y blanca, propia de una sacerdotisa, en sus manos sostenía a un bebé, una niña rubia de enormes ojos verdes… Inconscientemente miró a Nyn...y esta respondió a su mirada bajando la cabeza


-          Eran mis padres.. – dijo con tristeza-

No osaron insistir más, tan sólo la dejaron a su aire y se acomodaron en el salón, una amplia estancia llena de sofás y divanes. La vieron deambular con tristeza por toda la casa, yendo y viniendo. En una de sus pasadas por el salón les dejó unas mantas para que pasasen la noche   




Se había quitado sus enormes botas y caminaba descalza, sin importar que sus pies terminarían oscuros por el polvo acumulado en las alfombras. Subió las escaleras en dirección a su habitación… todo estaba igual, igual que lo había dejado el día que la obligaron a irse al orfanato.

Tomó en sus manos el que fuera su peluche favorito, un gatito blanco con lacitos rosas, y lo abrazó con fuerza. Cuanto lo había extrañado en las oscuras y frías noches del orfanato…  En la mesa de noche todavía reposaba el libro que Nyniel, su madre, le leía antes de dormir y en su armario la preciosa ropa que le confeccionaban a medida.

No osó entrar en la habitación de sus padres, tan sólo consiguió posar su mano en el pomo de la puerta y una oleada de emociones la sacudió de nuevo.


“Ni siquiera.. ¿por el alma de tu padre?” – resonó de nuevo en su mente