No
tuvo otra opción, ninguna otra opción más que aceptar la misión… De hecho, la
misión no podía completarse sin ella.
El
peso del escudo la incomodaba, además de que no estaba segura de cómo llevarlo
para que no se notase su inexperiencia. Miró a Elk, que cabalgaba a su lado, la
armadura dorada le quedaba bien, de hecho, parecía haber estado destinado a
ella. A Theodor, Saykon y Solanar también parecía que les ganaba la incomodidad,
nunca habían tenido ni idea de paladines y ahora ahí estaban, cabalgando en
destreros thalassianos hacia Lunargenta. Por lo que ella había entendido,
Theodor había sido mago en otra vida, Saykon pícaro y Solanar cazador. Por parte
de Elk, los rumores decían que había muerto el mismo día que lo iban a
consagrar como paladín.
Cuando
se había visto en el espejo antes de partir, su respiración se cortó… Llevaba una coraza ligera dorada con un gran
escote en v, que se unía a unos quijotes del mismo color. En su mano derecha
llevaba a Mi Último Suspiro y en la otra un escudo negro con el emblema de
Lunargenta.
Inicio del
flashback
Por
fin había cumplido siete años y con ellos, el día en el que por fin pudo
inscribirse en la escuela de paladines. Era
su sueño…
Entrenaba
cada día durante horas, exigiéndose más que al resto, de todos modos, tampoco
tenía a donde ir. Los primeros años transcurrieron perfectamente, Chantarelle parecía seguir los pasos de su
padre, era una buena alumna, de sobresalientes y sus poderes parecían ir
orientados hacia ello.
Pero
todo cambió a sus dieciséis años… de la noche a la mañana sus poderes
cambiaron, se hizo débil, incapaz de controlar las auras, incapaz de luchar con
mandobles y aquello… aquel al que creía su amigo… aquella noche sus sueños se
rompieron en mil pedazos…
Fin
del flashback
Tras
una dura jornada de viaje, la hermosa y elegante arquitectura de Lunargenta se
mostró a sus ojos. Faltaba poco para el anochecer, por lo que podrían entrar en
la ciudad sin ningún problema, pues el toque de queda todavía seguía activo.
El
inconfundible sonido del caminar de los caballos alertaron a los guardias, que
pidieron de inmediato identificación a los improvisados paladines.
-
Shin'do Sin'dorei! – saludó uno
de los guardianes - ¿Con quién tengo el honor de hablar?
-
Mi nombre es Theodor, estos son
mis compañeros Elk, Saykon, Solanar y …..
Avanzaron
por las calles de la ciudad, observando cómo la gente recogía sus puestos y
cerraba puertas y ventanas.
-
Hay
un poco de psicosis, ¿no? – preguntó Saykon
-
Si…
bastante – reconoció Nyn
-
Una
pregunta chicos.. ¿Dónde vamos a hospedarnos? – preguntó Solanar
Los caballeros de la muerte se
miraron, para terminar mirándola a ella, que, sintiéndose observada y obligada
a tener una respuesta, suspiró.
-
Una
posada sería demasiado cantosa… - suspiró con pesadez – Cabalgad hasta la parte
este de la ciudad, una vez allí encontrareis un sendero de adoquines, lo mejor
es que vayáis a pie para no llamar mucho la atención. Seguid el sendero hasta
la bifurcación y girad a la izquierda, a lo lejos veréis una casa grande. No sé
en qué estado está, pero supongo que servirá… No tratéis de entrar, por favor,
ni rompáis nada de lo que halléis a vuestro paso. – retiró su corcel – Voy a
por las llaves
-
Te
acompaño – ofreció Elk
-
Bien,
no tardéis demasiado.- dijo Theodor
Una
vez que sus compañeros se fueron, Nyn y Elk siguieron la avenida hasta llegar
al bazar, donde caminaron entre las sombras hasta llegar a un edificio con
balcones. La elfa se coló en un portal y subió al segundo piso, seguida por el
caballero de la muerte. Una robusta puerta de madera les bloqueó el paso, pero
ella palpó la pared en busca de una pequeña grieta, de la cual sacó una llave
de bronce.
-
No
tienes mucha seguridad que digamos.. – Apuntó el elfo mientras ella abría
-
No
la necesito.. ¿Quién iba a querer robar a una pobre huérfana?
Entraron
en el apartamento, todo seguía tal y como lo había dejado meses atrás. Su cama,
su ropa, allí estaba todo… En el baño se desvistió y se puso una toga oscura,
guardando su armadura en un morral. Se dirigió a la cómoda y rebuscó en los
cajones en busca de una pequeña cajita negra, de la cual sacó unas llaves
doradas.
Hacía
años que no iba a aquel lugar, demasiados… La casa seguía igual, aunque oculta
tras hiedra y maleza, nadie la había cuidado.
-
No
quisimos tocar nada, como tú nos dijiste – dijo Theodor al verlos llegar
-
Entraremos
por la parte de atrás, nadie notará nada
La
siguieron por uno de los laterales hasta lo que parecía ser otra entrada, sin
poder evitar arañarse por el camino, pues las zarzas se agolpaban en aquella
zona. Saykon se apresuró en despejar la entrada y así accedieron al interior de
la vivienda.
Todo
estaba igual que hace dieciséis años… sólo que cubierto de polvo, aunque ni
siquiera las arañas parecían haberse atrevido a apoderarse de los recuerdos de
aquel lugar. Los caballeros de la muerte observaban todo a su alrededor, preguntándose
lo inevitable.. ¿De quién era aquella casa?
Ella
fue la última en entrar… nada más cruzar el umbral de la puerta, una oleada de
tenues recuerdos se apoderó de ella, tratando de quebrar sus fortalezas. Estaba
temblando, presa de sus sentimientos, de sus recuerdos… pero se forzó a entrar,
cerrando la puerta con delicadeza tras ella.
Sus
compañeros observaban con atención cada detalle de la casa, los muebles eran
elegantes y no estaban dañados debido al paso del tiempo en aquellas
condiciones. Tan sólo Theodor reparó en el enorme cuadro que reposaba sobre la
chimenea, que mostraba a una pareja con un bebé en brazos. El padre era un elfo
de cabello rubio y armadura dorada de paladín, la madre era una elfa de cabellos dorados,
que vestía una toga dorada y blanca, propia de una sacerdotisa, en sus manos
sostenía a un bebé, una niña rubia de enormes ojos verdes… Inconscientemente
miró a Nyn...y esta respondió a su mirada bajando la cabeza
-
Eran
mis padres.. – dijo con tristeza-
Se
había quitado sus enormes botas y caminaba descalza, sin importar que sus pies
terminarían oscuros por el polvo acumulado en las alfombras. Subió las
escaleras en dirección a su habitación… todo estaba igual, igual que lo había
dejado el día que la obligaron a irse al orfanato.
Tomó
en sus manos el que fuera su peluche favorito, un gatito blanco con lacitos
rosas, y lo abrazó con fuerza. Cuanto lo había extrañado en las oscuras y frías
noches del orfanato… En la mesa de noche
todavía reposaba el libro que Nyniel, su madre, le leía antes de dormir y en su
armario la preciosa ropa que le confeccionaban a medida.
No
osó entrar en la habitación de sus padres, tan sólo consiguió posar su mano en
el pomo de la puerta y una oleada de emociones la sacudió de nuevo.