martes, 3 de febrero de 2015

Capítulo 9. Nada es como era



- Me perteneces… - aquella frase retumbó en su cabeza


Ella corría por la nieve, pero sus botas se hundían cada vez más en el hielo. Cayó al suelo, sus manos desnudas sufrieron por el frío intenso al parar la caída. Se levantó y continuó su huída


- No huyas… tarde o temprano te alcanzaré… - sonó de nuevo aquella tétrica voz


Continuó corriendo y corriendo, hasta encontrarse al borde de un acantilado…. Dio un paso en falso y unas rocas se desprendieron, cayendo al vacío. Él la alcanzó entonces… Vio aquella cruel sonrisa llena de dientes blancos en su boca. Levantó una de sus grandes manos y alzó la barbilla de ella hasta que sus ojos se encontraron con los de ella. 


- Acostúmbrate a mi presencia, por que no me iré de aquí… y cuando volvamos a encontrarnos, serás mía




Sus propios gritos la sacaron de aquel lugar. Se incorporó de golpe, estaba en su habitación, en su cama. Notó que estaba chorreando, aunque era un sudor congelado. 


- Sólo era una pesadilla.. – se dijo a sí misma en voz alta




Desde que había regresado a casa no había dejado de tener aquellos sueños, pesadillas, mejor dicho. Y a cada vez que los tenía, la cicatriz de su espalda dolía.  


La elfa se levantó con pesadez y se asomó al balcón. Vivía en un sencillo apartamento de Lunargenta, cuyas vistas daban al Bazar. La ciudad dormía, salvo por dos jóvenes elfos que se habían escabullido de sus casas en plena noche para poder pasar un momento a solas. Se abrazaban en un banco cercano a la casa de subastas mientras él hablaba o, al menos eso parecía; seguramente palabras de amor. La dolorida elfa los miró sin darles importancia, a ella no le interesaban aquellas cosas; de hecho, hasta rehusaba el contacto con otras personas.  El simple hecho de que la tocasen, aunque sólo fuese un roce, le disgustaba en lo más profundo de su ser. 


Alzó la vista, contemplando entonces la luna, que estaba casi en su plenitud. Sonrió. Le gustaba contemplar la luna, la noche estrellada. Recordó que, cuando era niña, su padre y ella salían a mirar el firmamento. Adanahel le había enseñado a su hija el nombre de cada una de las constelaciones que se veían desde el Bosque de la Canción Eterna. Suspiró con tristeza.


- Papá, mamá… os he fallado – susurró a las estrellas – Pero la próxima vez, no fallaré . concluyó con decisión.


Estaba a punto de volverse a la cama cuando un escalofrío recorrió todo su cuerpo.  Miró a sus lados, confusa, pero su casa estaba vacía, totalmente vacía. Se asomó de nuevo a la ventana y sintió de nuevo aquel escalofrío, pero esta vez más como una presencia. Los jóvenes amantes no parecían percibirlo.



Se vistió a toda prisa, se puso su habitual capucha negra y cogió la vaina de su espada.  La sacó y la observó en silencio. Aquella espada que Valithria había forjado con su fuego de dragón, ya no desprendía llamas doradas, sino más bien llamas de hielo. En aquel momento no comprendió la razón de lo que le estaba sucediendo, tanto a ella como a su espada. Sólo pudo pensar en que aún no tenía nombre…

Mientras bajaba las escaleras con ella en la mano repasaba mentalmente posibles nombres que le quedarían bien a una espada. Recordó que la de su padre se llamaba “Promesa de la dama”, porque se la regalaron el mismo día que había conocido a su madre y se había quedado prendado de ella.  No pudo evitar acordarse de la espada que la había herido, “Agonía de escarcha”, recordando la noche en la que casi pierde la vida…


- “Mi último suspiro” – dijo en voz alta – Ese será tu nombre.


La espada brilló con más intensidad, siendo consciente de que acababa de ser bautizada. Como toda espada, el vínculo con su portador se hizo más fuerte en cuanto tuvo un nombre. La magia entre su dueña y ella se mezcló, pasando a ser una sola. Una espada bebía de la fuerza y magia de su portador, así como un guerrero contaba con la fuerza que su espada le transmitía.


Llegó al bazar y miró a su alrededor de nuevo, notando la presencia cada vez más cerca. Corrió hacia la joven pareja.


- Chicos, volved a casa - sugirió

- ¿Pero tú de que vas? – recriminó la chica

- A lo mejor se nos quiere unir – bromeó el chico


Pero ella no estaba de broma, su instinto le gritaba que algo malo se acercaba. Cogió al elfo por la blusa y le miró con frialdad.


- O… ok… ya nos vamos – dijo temblando de miedo.


No se quedó a ver si le hacían caso o no, sólo se dejo guiar por las calles, hasta llegar a la Puerta del Pastor. Allí, dos paladines le cortaron el paso.


- Señorita, no puede estar aquí, ¿no sabe acerca del toque de queda? – dijo uno, con cortesía

- No creo que mi presencia sea lo que más moleste esta noche – dijo misteriosa

- ¿De qué habla? – dijo pensativo.

- De eso…


Unas sombras tenebrosas se acercaban hacia ellos. La elfa pudo notar aquel aroma nauseabundo a azufre… el olor de la muerte.


- Ya vienen…- murmuró

- Amin, quédate aquí y protege la puerta, yo iré a buscar refuerzos – dijo uno de los paladines.

- No creo que sea necesario – lo paró – Sólo, cubridme… Podréis hacerlo, ¿verdad?

- Estás hablando con dos expertos paladines, ¿quién eres tú para cuestionar nuestras capacidades? – dijo Amin

- La sombra de Lunargenta… La persona que ha salido y entrado de la ciudad sin que vosotros, los paladines, os hubieseis dado cuenta. – sonrió perversa – Ahora, cubridme



Los tres vieron al grupo de necrófagos y abominaciones que se acercaban a ellos. Amin llevó su mano a la empuñadura de su espalda, mientras que su compañero retrocedía inconscientemente. Sombra lo miró divertida, después se fijó en Amateratzu.


- Oh, valientes paladines… Qué sería de algunos de nosotros sin vuestra osadía – se burló

- No todos somos así, no es necesario burlarse – la recriminó avergonzado

- Si no quieres que tu compañero se haga pipí encima, sígueme, les cortaremos el paso.

 
Amin la miró inseguro, pero la decisión con la que ella comenzó a andar terminó por convencerle. Blandió su espada y siguió a la elfa al encuentro.


- No veo nada – dijo el paladín

- Atento, nos han visto y están preparando una emboscada.. – dijo con calma.


La sombra de Lunargenta y el paladín se colocaron espalda contra espalda. Él pensó que ella era otro paladín más al ver que ella adoptaba poses de ataque típicas del entrenamiento de paladines. Pero, algo no le cuadraba. Pero no era momento para pensar en aquello…




Sus oponentes se avalanzaron sobre ellos, una oleada de frío recorrió de nuevo el cuerpo de la elfa de sangre, y su espada brilló. Con un grito de rabia se abalanzó sobre el primero de los necrófagos, esquivando las manos huesudas de otros dos. Amin, por su parte, se lanzó directo a por  una de las abominaciones.


 


Del mismo modo que en su lucha contra Exánime, la elfa combinó sus estocadas con hechizos sagrados. Así, mientras uno de los necrófagos era atravesado por “Mi último suspiro”, otro perecía con su hechizo. Amin, luchaba de una forma más simple, utilizando toda su fuerza y empeño, concentrando todo su poder en su mandoble, con golpes certeros.

Pronto, los tuvieron a todos reducidos a huesos y cenizas. El paladín apartó con la mano a su acompañante y consagró el suelo sobre el que yacían, quemando todos los restos, para que no pudiesen volver a ser utilizados.


- Buen combate - felicitó


Pero ella ya no estaba, tal y como había llegado, se había ido… como una sombra. La sombra de Lunargenta

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