lunes, 2 de febrero de 2015

Capítulo 7. Entrañas



A pesar de que aún se sentía un poco débil, siguió en silencio a los dos elfos, aprovechando las sombras y escondrijos que ofrecía el Bastión pues, según la habían informado, la habían ocultado de sus superiores, corriendo así un grave riesgo.




El Bastión de Acherus era un extraño edificio flotante de forma hexagonal. Constaba de 5 pisos organizados en departamentos. El cuarto y quinto piso estaban destinados a los dormitorios de los caballeros de la muerte. En concreto, era en el quinto donde ellos se encontraban. Tenía un diseño muy frío y austero, pese a estar decorado de un estilo similar al de la Ciudadela. El recuerdo de esta hizo que una ráfaga de dolor recorriese su espalda. Elk lo notó y la sujetó para evitar que perdiese el equilibrio.




- ¿Estás bien? - susurró




Ella asintió, arrebujándose en la oscuridad de su capa para no dejar entrever su dolor. Bajaron hasta el primer piso, teniendo la mayor de las suertes de no toparse con nadie. Ahora sólo tenían que montar en uno de los grifos de la plaga y descender. 




Pero su suerte cambió..




- Hola Theodor! – saludó otro caballero de la muerte


- Ehmm.. hola Saykon – saludó nervioso


- ¿Has visto a Heelys? Hace días que no se le ve el pelo, ya empiezo a preocuparme. Espero que no le hayan expulsado.


- No, que yo sepa – tragó saliva - ¿Qué haces aquí?


- Me han encomendado ocuparme de los grifos – resopló – Odio a estos bichos! Y ellos me odian a mi, no dejan de chillar, cagar y comer!




En aquel momento, Saykon se fijó en Elk. El caballero de la muerte estaba muy callado, cosa extrañísima en él. Notó que algo no iba bien y que escondía algo detrás… y se las ingenió para descubrir qué era.

Tras una especie de pelea estúpida, logró echarle a un lado, descubriendo así la figura que se escondía tras él. 




- Es una chica! – alzó un poco la voz


- Shhh!!! – Theodor colocó su mano sobre la boca de él




Saykon asintió, y Theodor retiró la mano.



- Sois unos cabrones, así que montándoos un trío y no contáis conmigo!


- Pero.. pero.. ¿qué carajo dices? – saltó Elk, molesto


- Una elfa, aparentemente buenorra, y vosotros dos sacándola de aquí sin ser vistos. – les guiñó un ojo.- Como se enteren los superiores de que os habéis traído a una prostituta..


- ¿Prostituta? - rugió ella desenvainando la espada y colocándola en el cuello de Saykon – Retira esas sucias palabras de inmediato


- Vale… vale.,. lo retiro – dijo tragando saliva




Ella retiró lentamente la espada y lo miró con seriedad. Él, a su vez, buscó la mirada de sus compañeros.




- Acompáñanos y te lo explicaré, no podemos perder más el tiempo – dijo Theodor


- Ya sabéis que los grifos no dejaran que ella suba.. son muy sensibles al calor – explicó




En aquel momento, Elk estaba terminando de izar a la elfa para subir a una de aquellas aves esqueléticas, acto seguido, subió tras ella. Los otros los imitaron y descendieron a suelo firme.






Los caballeros de la muerte invocaron a sus corceles. A la elfa le parecieron caballos sumamente extraños, eran poderosamente fuertes y de apariencia fiera pero le llamaron la atención sus pezuñas congeladas. Ella, por su parte, estaba a punto de invocar a su córcel celestial cuando Elk la interrumpió, tendiéndole la mano.




- Es mejor que subas con uno de nosotros, llamaremos menos la atención. La gente solo se fija en las patas de nuestros caballos, nunca en los jinetes.




La elfa, resignada, cogió su mano y dejó que la izase hasta su montura, aferrándose al caballero de la muerte. Así, los cuatro, emprendieron el camino hacia Entrañas.. Los caballos galopaban veloces, así que justo cuando caía el sol, vislumbraron a lo lejos las ruinas de la ciudad. La elfa les miró extrañada.






- Pero.. si está derruida..


- Lo que ves si, pero la verdadera ciudad es subterránea – dijo Saykon


- Estas son las ruinas de la ciudad de Lordaeron, la capital del reino de los humanos. – explicó Theodor – Aquí vivía la familia real, los Menethil. Pero la ciudad se sumió en la ruina cuando el rey Terenas Menethil fue asesinado por su propio hijo, Arthas, y después desapareció.


- No se ha vuelto a saber nada del principe Arthas y, en vista de la muerte de toda la familia real, Varyan Wrynn, asumió el trono de Ventormenta, la actual capital del imperio.- terminó Elk




Por fin accedieron a la ciudad, descendieron de las monturas y se apretaron en uno de los ascensores, que inició el rápido descenso hasta las profundidades de la capital de los no-muertos. La elfa contemplaba sobrecogida todo cuanto la rodeaba, había oído hablar de los no-muertos, pero nunca había visto uno en persona. Sus compañeros se dieron cuenta de sus pensamientos..




- Intenta no quedarte mirándolos fijamente, no les gusta – susurró Theodor






Era una construcción de forma circular, con varios claustruos y niveles, rebosante de bullicio. Allí, los no-muertos llevaban vidas similares a las que habían tenido anteriormente, trabajaban, se divertían… Saykon pegó un fuerte silbido y, en pocos segundos, un no-muerto apareció con una especie de cuadriga. Los cuatro subieron y Saykon le dio la dirección. La cuadriga dio una ligera sacudida y emprendió la marcha.




- Lo que yo no entiendo.. si son no-muertos… ¿Cómo sobrevive la ciudad? Es decir.. ¿pueden engendrar hijos? – preguntó inocente



Elk y Saykon se miraron, preguntándose la misma cosa. Fue Theodor el que les aclaró las ideas.




- Lady Sylvanas hizo un pacto con las valkyr. Estas otorgaron a algunos de los nigromantes y a ella misma, la posibilidad de hacer perpetuar la especie, es decir, de devolver la vida a los caídos. Una vez que los devuelven a la vida, estos pueden elegir quedarse con los Renegados o asumir su propio destino.


- Yo también puedo devolver a la vida y no quedan con esta apariencia, sino con la que presentaban – razonó ella


- Pero eso es porque tu puedes revivir sólo a gente que acaba de morir y siempre y cuando mantengan su cuerpo intacto, no podrías devolver a la vida a alguien que ha sido decapitado o mutilado.


- Nunca lo he probado, la verdad. Se que puedo dar resurrección, pero no lo he probado nunca con personas, sólo con animalitos – reconoció




Aquel último comentario hizo que Theodor esbozase una sonrisa, por muy dura y fría que pareciese, aquello había demostrado tener un cierto matiz de ternura. La elfa se dio cuenta de aquello y se hundió más en el asiento, un tanto incómoda.




Por suerte, llegaron al Barrio Real y la cuadriga frenó con delicadeza. Descendieron y se internaron en el enrevesado pasillo. Notaba la mirada de los guardias posada sobre ella… Por fin, se abrieron  a una sala grande, una figura femenina se adelantó.


- Bienvenida, te estaba esperando

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