jueves, 9 de abril de 2015

Capítulo 37. Preguntas.


Salió de aquel edificio echando chispas.. ¿Quién se creía aquel elfo para hablarle así? Él podía ser todo lo egocéntrico que quisiera, pero el orgullo de ella podía a cualquier título. 

Lo peor de todo aquello, no era su orgullo o la atracción que sentía por aquel elfo, sino la corrupción que comenzaba a ejercer en su alma la presencia de Agonía de Escarcha y de la cual ella no estaba siendo consciente.



De camino hacia el alto de Krasus se encontró con sus amigos. Ibi la miró con una sonrisa, que se transformó en una mueca de terror..

-    No…. No… No…. – gritó


Pero Elle ni se fijó en ella, continuó caminando con paso firme..

-    Chantarelle… NO!!!!

-    ¿Qué es lo que pasa, Ibi?
– preguntó Theodor sin comprender


-    Por favor, detenedla… 

-    No quiero haceros daño… dejadme ir…
- habló por fin


-    Dios mío…. No lo hagas… no soportaría perderte…

-    Mi testamento está en mi apartamento, en el último cajón de la cómoda, si me pasase algo mi título y todo lo que tengo es tuyo.

-    No quiero nada de eso, quiero a mi hermana!

-    Sólo voy a hablar con él, quiero respuestas…

-    Chantarelle…
- protestó Ibi


-    Ibiza… sé lo que me hago… Confía en mí

Nunca usaba el nombre completo de su hermana, nunca salvo si la situación era tan seria como en aquel momento. Sabía el daño que le estaba causando y que si la cosa salía mal no volvería a verla, pero pese a todo, tenía que intentarlo.

Vestía su habitual ropa oscura, con la gruesa capucha que cubría su rostro, tal y como a ella le gustaba. Ninguno de los caballeros de la muerte osó a cortarle el paso. La elfa invocó su corcel y alzó el vuelo, directa hacia la Ciudadela.



Las dos grandes gárgolas de la entrada la miraban de reojo, sin moverse del sitio, cosa que no era habitual, ya que despedazaban a todo aquel que osase acercarse al edificio. Esta vez iría por la puerta principal, que se abrió al simple contacto de sus manos. Decidió levitar, para ahorrarse caminar a saltos por aquella pila de huesos putrefactos.

Esta vez Lord Tuétano estaba despierto, sus tres cabezas la observaban con interés.


-    Dile a Arthas que quiero verle- su voz sonó tétrica

-    Insignificante elfa… ¿Crees que puedes molestar a mi rey sin vértelas conmigo?



Ella desenvainó su espada y el brillo de fuego helado lo hizo retroceder, dejándole paso… Subió hasta La Aguja, topándose con dos abominaciones que llevaban colgando el cuerpo de un elfo de sangre. Al principio no prestó atención, hasta que algo se despertó en su memoria.. ¿Dalanar?

Siguió en la oscuridad a las abominaciones hasta una escalera descendente, lo que parecía ser una especie de calabozo, donde depositaron al elfo en una fría celda y se marcharon. En sigilo, se acercó a los barrotes, lo suficientemente anchos como para que lograse colarse entre ellos, y se arrodilló junto a él.




Estaba totalmente demacrado, la falta de alimento se hacía patente en su cuerpo, así como heridas fruto de la tortura que ejercían sobre él pero, por suerte, no detectó signos de la plaga u otras enfermedades.

Cerró los ojos y concentró su poder de sanación sobre él, su cuerpo se iluminó con un cautivador brillo dorado, sanándole. Él tosió y abrió sus ojos.

-    ¿Eres Dalanar? – preguntó

-    Si.. ¿Te.. te conozco de algo? – balbuceó

-    No… Pero hay una persona a la que prometí encontrarte

-    ¿Conoces a mi Kure?
– un brillo de ilusión se manifestó en sus ojos


-    Si

-    ¿Está bien? ¿Logró escapar?
– se incorporó


-    Si, están todos bien o eso creo

-    ¿Crees?

-    Sí, no es momento para entrar en detalles. Tengo que sacarte de aquí



El elfo la miró con curiosidad, aquellos ojos azul cristalino y su piel helada.

-    ¿Eres un caballero de la muerte? – preguntó – No, no puedes serlo.. me has curado

-    ¿Acaso importa?
– le dijo caminando hacia la escalera. – Tengo algo que hacer, me imagino que no podrás salir de aquí sólo, así que corre hacia la puerta y espérame allí escondido.

-    ¿Qué es lo que tienes que hacer aquí?

-    Hablar con el Rey

-    ¿Hablar con el rey? Te matará! ¿Estás loca?

-    Necesito respuestas que tal vez sólo él pueda darme


De nuevo en la Aguja, Dalanar descendió en silencio hasta la puerta, decidido a esperarla una hora, tal y como ella le había dicho. Si al cabo de ese tiempo no aparecía, tan sólo tenía que avisárselo a una maga del Kirin Tor llamada Ibi.



Ascendió hasta aquella colosal sala, no sin extrañarse de que ninguno de sus malévolos seres se cruzase en su camino; observando aquel frío asiento de hielo. Su vista quedó clavada en un cuerpo que colgaba, atado de manos y piernas sobre el umbral del trono. Era imposible identificar a aquel ser, pues el cuerpo estaba totalmente quemado, con las grietas del fuego todavía patentes. Un escalofrío recorrió su cuerpo, seguido por una brisa helada.

-    Chantarelle… - su voz sonó helada, como de costumbre

-    Arthas…
- recitó en alto


-    Acudes a mí… ¿Has cambiado de opinión?

-    Jamás…
- su voz resonó en la sala


-    Entonces, ¿a qué has venido?

-    Quiero información…

-    ¿Información?



El Rey Exánime tomó asiento en su trono de hielo, apoyándose sobre su rodilla derecha, y la miró intrigado.


-    ¿Mataste a mis padres por algún motivo en especial?

-    Tu obstinado padre trató de detenerme, matando a uno de mis más valiosos generales. He de reconocer que fue muy valiente. Le ofrecí a su alma unirse a mí, pero lo rechazó mil veces.

-    He visto en tu pozo el alma de mi padre… ¿Qué hay de mi madre?

-    ¿La sacerdotisa?
– Elle asintió- La convertí en banshee y me sirvió durante un tiempo. Después no volví a verla

-    ¿Después de qué?

-    Antes de convertirme del todo en lo que soy, perdí parte de mis poderes… Momento en el cual varios de mis esbirros escaparon a mi control. Ordené acabar con todos, pero no comprobé cuales habían muerto.

-    No sé porqué, no me extraña..



Él la miró de arriba abajo, viendo sus ojos azules, sintiéndola diferente, sintiéndola más como él, lo que le hizo esbozar aquella sonrisa siniestra.


-    Ahora preguntaré yo…  ¿A qué vienen tantas preguntas? ¿No te da miedo estar aquí?

-    No.. no te tengo miedo… Mi destino es terminar contigo

-    Y, sin embargo, vienes a preguntarme cosas..

-    Quiero saber quien me quitó mis poderes…



Un brillo de curiosidad se manifestó en sus ojos muertos, como si acabase de encontrar la pieza que faltaba en su puzzle. Había explorado hasta la saciedad los poderes de aquel sacerdote que habían capturado en Jaedenar, sin terminar de comprender la naturaleza de los poderes de aquella elfa.


-    Dices.. ¿Qué te quitaron tus poderes? 

-    Si

-    Y quieres recuperarlos…

-    Si

-    ¿Para qué? Si lo que yo te ofrezco es mucho más de lo que tendrías jamás

-    Tu poder es maléfico

-    Puede que lo sea, pero tú también estás corrompida por él.

-    Eso no es cierto

-    Dime entonces porqué tus ojos lucen tan azules y muertos como los míos… cómo el color de tu piel y tu pelo se aclara poco a poco. Eres como yo… y pronto lucharás a mi lado. 



Se levantó e invocó a Agonía de Escarcha a sus manos, la espada apareció girando en el aire hasta posarse sobre su mano; después se la tendió a ella.

-    Tócala…

¿Realmente le estaba ofreciendo su espada? Insegura a la vez que atraída, se acercó a él y sujetó la espada por la empuñadura. Una sacudida de frío la proyectó con fuerza hacia atrás, haciendo que chocase contra una de las columnas de hielo de la sala. Sintió el sabor de la sangre en su boca y un profundo dolor en las costillas.

Él la miraba complacido, tendiéndole su mano para ayudarla a levantarse, cosa que ella rehusó. De su mano derecha caían gotas de sangre, que se escurrían entre sus dedos antes de gotear sobre el suelo de hielo. Se sentía débil, la cabeza le daba vueltas hacia los lados, pero logró mantenerse de pie.


-    ¿Por qué? – preguntó

-    ¿Me preguntas el por qué? Dime… ¿Por qué la has tocado? No has podido resistirte… Has pensado en sujetarla y clavarla en mi pecho… Y ella se ha alimentado de ese odio.


Cogió con fuerza la mano de ella, obligándola a poner la palma hacia arriba.  En ella seguía manando su sangre, a través de una quemadura que se estaba cubriendo de hielo.

-    No…

-    Tú la haces fuerte, y ella te hace fuerte a ti… Pero todo poder tiene un precio.

-    No… no….
– maldijo


La elfa echó a correr hacia la puerta, huyendo tan rápido como sus pies le permitían. Él no se molestó en seguirla, pues sabía que, tarde o temprano, volverían a verse….

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