A las cinco en punto, él ya la esperaba, sujetando las bridas de dos bellas yeguas de montar, las más tranquilas del palafrén. Había elegido para ella a Niebla, una yegua de cinco años de pelaje blanco y suave como la tez de ella, con las crines largas y perfectamente peinadas. Para sí, eligió a Tormenta, una yegua de nueve años, la favorita de su madre, de color negro intenso, con una marca en la frente.
Ella llegó y lo saludó con frialdad, antes de acariciar a la yegua, que pareció contenta con su jinete.
Chantarelle colocó un pie en el estribo y subió con agilidad, tomando las riendas de Niebla con una mano y acariciando las crines con la otra. Kareth montó y se despidió del guardia con un gesto, premiando a Tormenta para que comenzase a trotar.
Chantarelle estaba disfrutando del olor a naturaleza, del viento acariciando su pelo, del suave balanceo a lomos de Niebla. El elfo la observaba de reojo, la encontró aun más bella que la última vez, sin percibir el cambio que había habido en su interior. Tenía tantas cosas que decirle, tantas cosas que preguntarle… Trotaron a través de los caminos, hasta llegar a la cascada del río Elrendar, al pie de un grupo de árboles cuyas hojas lucían ya el brillo dorado propio del otoño.
Kareth descendió y trató de ayudar a su acompañante, pero esta declinó su ayuda. Dejaron a los caballos pastar y descansar libremente, mientras observaban con fascinación el discurrir del agua hasta la cascada.
-
Hacía
mucho que no venía aquí… - reconoció ella, mirando la cascada.
-
¿Por
qué tuviste que irte de Lunargenta?- temió preguntar
-
Porque
creyeron que ayudé a la plaga a atacarla.
-
¿Cómo
es posible que alguien pensase eso?
-
Dímelo
tú, fue uno de tus paladines… - recordó
-
Sí,
pero Amin te defendió y contó la verdad, que tu le ayudaste a detener a los
engendros. – sonrió
Ella
calló. Las conversaciones con aquella elfa, muchas veces le recordaban a una
partida de ajedrez, como cuando su abuelo se empeñó en enseñarle a jugar,
aquello consistía en continuos jaque-mates.
-
¿Por
qué siempre llevas el rostro oculto?
-
Porque
me siento… mejor. A veces se vive mejor siendo una sombra.
-
Me
gustaría hacerte tantas preguntas… pero sé que no responderás a ninguna..
-
No
me gusta dar información sobre mí… Y si lo hiciese, echarías a correr…
-
Entonces,
¿tienes miedo de contarme sobre ti o de que pueda echar a correr? – sonrió
pícaro
Ella
emitió un ligero bufido y le dio la espalda, caminando hacia el río.
-
¿No
pensarás saltar, no?
-
No,
más bien pienso en tirarte al agua – respondió juguetona
-
Ya
lo hiciste una vez, ¿recuerdas?
-
Sí,
maldito pervertido.
-
Eh,
eh! No llegué a ver nada! Y si lo hubiese hecho, creo que ya no tendría cuello.
-
Muy
posiblemente – le sonsacó una sonrisa.
La tarde se pasó rápido… demasiado rápido para el gusto de ambos, y la luz del sol se fue tornando anaranjada, anunciando el inminente anochecer. Kareth no quería irse, pero no podía desobedecer el toque de queda, no porque no quisiera, si no por los peligros que entrañaba el bosque por la noche.
-
Odio
decir esto… pero tenemos que volver.. – dijo con pesadez
-
¿Ya?
– su voz denotó el fastidio
-
Sí..
– la tomó de la mano – Nyn, quiero volver a verte.
Ya en Lunargenta, la elfa bajó de la yegua y clavó sus ojos azules en los de él.
-“ Mañana a las ocho en la cascada”
Lo habló a su mente, consciente de que el guardia no les quitaba ojo de encima. Kareth la miró extrañado, sin poder evitar que aquella disimulada sonrisa brotase de sus labios.
Nitroshima estaba aburrido. Tras lo sucedido en Frondavil, muchos de sus chicos habían decidido retirarse momentáneamente de la batalla, y no le extrañaba lo más mínimo. Él también lo habría hecho, la verdad, de no ser por la venganza personal que tenía contra el Rey Exánime.
El druida siempre había vivido en Marisma de Zangar, encargándose de velar por la prosperidad del pequeño asentamiento que la Expedición Cenarion tenía allí. Hasta que la Plaga llegó… envenenando las aguas, matando a los animales, destruyendosus hogares… Y bajo los escombros de su propio hogar, había perecido lo único que tenía en el mundo, su hermana Thair. El dolor lo había consumido, había estado mucho tiempo encerrado en sí mismo, recordándola a cada momento, jurando en las tumbas de sus padres que libraría al mundo de aquel engendro.
Pero la Expedición Cenarión no aceptó bien su decisión de luchar. Al principio Nitro decidió entrenar en secreto, adoptando el poder del lechúcico lunar hasta lograr su completa transformación en la colosal ave que amplificaba todo su poder natural. Pero los elfos de la noche, que sólo buscaban excusas para excluír a los tauren de aquel clan, lo descubrieron y lo obligaron a exiliarse. Abatido, viajó a Orgrimmar y se integró en el ejército de Thrall.
Los recuerdos aturullaban su mente, produciéndole un mal sabor de boca. Si cerraba los ojos todavía veía los ojos marrones de su hermana justo antes de morir…
-
Iré
a Lunargenta a hablar con Kareth Theron – anunció a Thrall – Es uno de los
mejores combatientes que conozco, además, necesito cambiar de aires.
Cada día, poco antes del atardecer, Kareth Theron se encontraba con la misteriosa elfa junto a la cascada del río Elrendar. Los duros entrenamientos del día valían la pena sólo por pasar aquel breve instante de su tiempo con ella, que parecía estar abriendo su mente y desvelando poco a poco pequeñas anécdotas sobre su vida, aunque tenía la impresión de que nunca llegaría a resolver aquel enigma llamado Nyn.
Pero no le importaba, el simple hecho de verla cada día, de estar cerca de ella, hacía que su corazón vibrase; y aquellas últimas semanas, irradiaba alegría por cada poro de su piel.
Aquella tarde, le sorprendió no verla ataviada con su capucha, en lugar de eso, llevaba un simple aunque elegante vestido verde. Sus hormonas se alteraron desde el mismo instante en el que percibió el olor a fruta fresca que emanaba de ella.
-
Buenas
tardes – saludó ella, con una ligera sonrisa
-
Estás
preciosa hoy..
-
He
hecho esto para ti – dijo ofreciéndoselo.
-
Gracias
– susurró sin soltarla.
-
Kareth…
-
Lo
siento… Probablemente tú tampoco esperases esto, pero no he podido resistirme…
-
¿Estás
bien? – temió preguntar
-
No
lo sé… - le dio la espalda
-
Nyn…
No sé cómo decir esto…
-
No
lo hagas… - pareció leer su mente
-
He
de hacerlo… Estas últimas semanas, contigo, han sido las mejores de mi vida. No
sé que me has hecho, pero desde que te conocí no he dejado de pensar en ti. Y…-
se armó de valor- me estoy enamorando de ti.
El
corazón de ella dio un salto en su pecho, latiendo con fuerza a continuación.
¿Por qué estaba tan nerviosa? ¿Enamorado de ella? ¿Es que acaso alguien podía
sentir amor por ella? ¿Amor? ¿Qué era eso? Miles de preguntas daban vueltas en
su mente.
-
No
puede ser…
-
Nyn…
- se acercó y la tomó de la mano.
-
Kareth,
no… No puedes querer a un monstruo como yo… No…
-
¿Monstruo?
¿Cómo algo tan dulce como tú iba a ser un monstruo?
-
Tú
no lo entiendes…
-
Pues
explícamelo! – alzó levemente la voz
Elle cerró los ojos, apoyando su cabeza en el hombro del elfo, sintiendo sus brazos alrededor de su cuerpo y el intenso calor que emanaba del cuerpo de él, el cual no le molestaba. Se sentía bien en aquel momento, tanto que cuando él la fue soltando, ella se sintió desprotegida.
Kareth tomó asiento al pie del sauce que estaba junto a ellos, tirando de la mano de ella para colocarla entre sus piernas, abrazándola de nuevo. Aquella extraña sensación de calidez volvió a ella, que recostó su espalda contra el pecho de él.
-
Mis
padres fueron asesinados ante mis ojos cuando sólo tenía cinco años… - comenzó
a hablar, muy bajito. – Tuve que vivir en un horrible orfanato en el cual me
pegaban y me humillaban hasta que tuve edad para entrar en la escuela de
paladines, aquel era mi sueño. Siempre fui una buena estudiante, de las
mejores, hasta que un día mis poderes… desaparecieron.
-
¿Cómo
es posible?
-
Usaron
en mí un poderoso veneno llamado Vid de pesadilla, que anuló mis poderes de
paladín. Sin poderes, ni mi fuerza física, empecé a fallar en los
entrenamientos, las espadas que antes me parecían ligeras, empezaron a pesar,
las armaduras me hacían daño y todos los días llegaba a casa con la piel
enrojecida y sangrando. No era capaz de esquivar ningún ataque ni de usar
ningún escudo, por lo que a la hora de los duelos, tenía que retirarme, herida.
– tragó saliva. – Nunca me di por vencida, hasta el día en que, el que yo
consideraba mi amigo, trató de violarme. Por suerte, en aquel momento unos
poderes, supongo que la esencia de mi madre, se despertaron en mi y pude
protegerme, pero mi vida quedó destruida en aquel momento.
-
Yo
soy paladín… ¿Cómo es que nunca supe de eso?
-
Curiosamente,
todo quedó como un secreto guardado bajo llave. Un hombre muy siniestro vino a
verme, con una orden firmada por el rey que decía que quedaba expulsada de por
vida de la escuela de paladines ya que había deshonrado a Lunargenta. Aquel
hombre quiso venir como un amigo, aconsejándome que huyese de la ciudad y que
incluso fingiese mi propia muerte, por mi bien – recordó
-
¿Y
tú qué hiciste?
-
Seguir
mi propio camino… Me mudé de casa, con Ibi, mi hermana, y cuando ella se marchó
a la escuela del Kirin Tor me quedé sola y viví como una sombra, planeando mi
venganza.
-
¿Venganza?
-
Sí…
Contra el aquel que destruyó lo que yo más quería, aquel que convirtió mi vida
en un infierno… Pero fallé en mi plan… y mi vida se ha convertido en un
infierno todavía peor.
Kareth
Theron escuchó sobrecogido su historia, sin poder evitar abrazarla con fuerza.
Ella había narrado todo con voz calmada, aunque denotaba muchísima tristeza.
Cuando habló de su venganza, hizo que se le pusieran los pelos de punta, al
pensar en la tortura que ejerció sobre Thelarien y la cual él no había incluido
en sus informes. Tras unos minutos, tomó con delicadeza la mano de ella..
-
Se
que no voy a poder borrar ese dolor que sientes, pero quiero intentar hacerte
feliz… - dijo con voz dulce – Y si hace falta matar o torturar a alguien, no
tengas duda en que mi espada estará a tu servicio.
-
Kareth…
no sabes lo que dices.
-
Lo
sé perfectamente…
Chantarelle permaneció en silencio, sin comprender todavía la trascendencia de las palabras que él acababa de pronunciar; refugiada en sus cálidos brazos. Pero el atardecer llegó, como siempre, demasiado pronto…
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