lunes, 30 de noviembre de 2015

Capítulo 54. Shattrath



Todavía no podía creer que hubiera aceptado la propuesta de él... aunque si era cierto que quería ir y que Quiuyue le había insistido en que dejase un poco sus entrenamientos e hiciese lo que le dictaba el corazón. Era imposible mentir a aquella dragona, que había calado aquel sentimiento desde la primera vez que vio como Nyn miraba a aquel elfo. Aquellas dos semanas habían pasado casi en un suspiro, aunque la relación entre ellos se había enfriado bastante; en gran parte por culpa de ella. 

Pero ahí estaba... en una ciudad extraña, arrebujada en la oscuridad de su capucha, temiendo que él no estuviese allí. ¿Por qué se sentía así? Los tenues latidos de su corazón golpearon con fuerza en su pecho al verlo aparecer. Le agradó no tener que verlo con su armadura dorada, ya era bastante vergonzoso para ella sentir algo por un paladín, por lo que agradeció su informal aunque extraño atuendo. Kareth vestía una camisa de seda de color púrpura, la cual dejaba percibir sus músculos. Con unos pantalones negros también sueltos, y sandalias abiertas; era un atuendo muy común en aquella zona. 


Shattrath era una de las ciudades más importantes de Terrallende, una gran urbe en la que conviven en armonía diferentes razas y culturas. Había estado tan sólo una vez en su vida, con sus padres, pero era tan pequeña que no recordaba nada.


- Hola! - saludó un tanto un tanto nerviosa.

- Hola - sonrió él - Ya estaba temiendo que no vinieras...


- Te lo prometí..

 
- Gracias - tomó su mano y se la besó.



Sin soltar su mano, la entrelazó con la suya, sintiendo el aliviante frío de la piel de ella. Chantarelle estaba tensa, aquello no entraba en sus costumbres, aunque tenía que reconocer que le producía una sensación agradable.  Kareth tiró con delicadeza de ella, conduciéndola fuera de la recepción de la ciudad. 


Shattrah se organizaba en gradas de distintos tamaños, en torno a un edificio central. Ellos se dirigían a la grada de los Arúspices, la facción afín con la horda, elfos de sangre exiliados en Terrallende.


A su alrededor, la gente iba y venía, totalmente ajenos a su presencia, cosa que a ambos les agradaba.



Kareth miraba de reojo a su acompañante; como era habitual, llevaba su rostro cubierto por aquella capucha negra. El elfo, tiró con delicadeza de ella, haciéndola caer.


- Aquí no necesitas llevarla. - sonrió - Deja que todos vean lo preciosa que eres.

- Me da igual lo que todos piensen de mí
- dijo intentando alcanzar su capucha.


- Pues hazlo por mí.



A esa última frase no pudo negarse... por lo que soltó su capucha de inmediato, dejando caer su brazo paralelo a su cuerpo. Él la miró complacido, con aquella gran sonrisa dibujada en su rostro.  Ella se sentía desprotegida, exponiendo su rostro a miradas ajenas, temiendo que alguien la juzgase por lo que era y por lo que llevaba dentro.  Kareth percibió aquello y apretó con ligereza la mano de ella, ella le miró, esbozando una tenue sonrisa.


Caminaban tranquilamente cuando una niña pequeña, una elfa de sangre, dejó a sus muñecas a un lado para correr frente  a ellos y mirarlos con fascinación.


- Sois muy guapos - sus ojos infantiles les miraban - Sois novios? - preguntó con inocencia

- Ehmmm..no? - balbuceó Kareth


- Somos amigos - dijo Nyn, soltando su mano nerviosa


- ¿Y por qué ibais cogidos de la mano?



Nyn calló, abochornada, sin saber cómo escapar de aquella incómoda situación. Kareth, a su lado, estaba ruborizado,  tanto como lo estaría ella misma de no estar fría como la nieve. Por suerte, la madre de la pequeña fue en su amparo, librándolos de tener que responder a preguntas que ni siquiera se habían planteado. 

Continuaron caminando hacia la posada en la que se hospedarían, en la lujosa grada del Arúspice. Un elfo los guió hasta el piso más alto del edificio, a través de un largo pasillo y abrió una de las puertas, invitándoles a entrar. La suite era muy espaciosa, decorada con tules y sedas de la mejor calidad, al estilo de Lunargenta. Un pequeño salón, un baño y la alcoba, a la cual ella miró con cierto recelo. Tras las numerosas formalidades, el Arúspice les dejó a solas.


¿Así que este era el plan? ¿Acostarte conmigo? - habló sin rodeos

- ¿Qué? - se le entrecortó la voz


- No sé con qué clase de chicas sueles tratar, pero no va a funcionarte...


- Nyn, ¿qué estás diciendo?
- entonces se dio cuenta. - Oh.. no,no,no... Esta es tu habitación, la mía está justo enfrente - aclaró



Y ella se sintió estúpida, tremendamente estúpida.... Llevaba mucho tiempo luchando  contra necrófagos, abominaciones, entes demoníacos... Había logrado despertar  unos poderes cuyo origen  todavía desconocía... pero, aún así, tenía un miedo atroz a lo que aquel elfo despertaba en ella.

Deseando que la tragase la tierra, apartó las cortinas del dosel de la cama y se dejó caer, abatida, hundiendo su rostro en los almohadones. Kareth, prudentemente, tomó asiento a su lado, rozando con sus dedos el largo cabello de ella.


- Nyn... - susurró - A veces me gustaría saber qué es lo que hago mal... De verdad, trato de comprenderte, pero a veces se me escapan cosas o simplemente tu comportamiento cambia de golpe y te vuelves fría como el hielo. - su voz denotaba tristeza. -  Eres muy especial para mí, de veras, y por nada del mundo me gustaría perderte...


Ella levantó la cabeza, topándose con el azul oscuro de los ojos de él, sintiendo una vez más aquel tenue cosquilleo en su interior.

- Nyn.... – susurró

- Elle..

- ¿Elle? – repitió él sin comprender

- Mi nombre real es Chantarelle, pero llámame Elle - reconoció avergonzada - Nyn es el diminutivo del nombre de mi madre... Siento haberte mentido, pero me sentía más segura utilizando otro nombre


La noticia no le sorprendió, pues era algo que ya sabía. Se sintió feliz, agradecido de que, por fin, ella se estuviese abriendo a él. La miró con ternura, acercándose a ella para besar sus labios, pero ella retrocedió con delicadeza. 

Kareth fue consciente de la incomodidad de ella, la soledad, la cama, lo que ella había vivido... Recordó las visiones que la maga le había enseñado, temiendo de volver a meter la pata. El elfo se levantó de un salto y le tendió la mano, invitándola a levantarse también.

- Elle, ¿Te apetece que vayamos a cenar algo?



El viaje había sido largo y el tener que ver a esa mujer hacía que se le pusiese un nudo en el estómago, aunque pensó con malicia en que, pasados todos aquellos años, sería ya una anciana, mientras que ella mantenía una apariencia de una muchacha joven.  Pero ni siquiera aquel mordaz pensamiento logró reconfortarla.


Según lo poco que había encontrado en los archivos de Lunargenta, se había ido a Tierras Altas de Arathi. Conociendo su pasado, seguramente viviría en un lugar alejado, para estar sola y, morir sola. ¿Cuántos años habían pasado desde entonces?


Encontró su casa sin mucha dificultad, una pequeña estructura de piedra no muy lejos del río. Desde el aire pudo apreciar que disponía de un huerto y de una pequeña granja. De nuevo ideas mordaces invadieron su mente, al pensar en aquella elegante dama ensuciando sus manos para recolectar zanahorias, puerros o lechugas. Pero terminó sintiendo pena, al pensar en todo cuanto aquella mujer había perdido..

Descendió y adquirió forma élfica, intentando no presentarse con una apariencia demasiado presuntuosa; y llamó a la puerta. La recibió una mujer muy anciana, con su pelo canoso recogido en un moño sencillo, pero aquellos ojos turquesa seguían siendo los mismos.

-          Evannor… - saludó

-          ¿Quiuyue? ¿Eres tú?

-          Sí, ha pasado tiempo…

-          Sí, tanto que creí que no tendría la desgracia de volver a toparme con alguno de vosotros… - dijo con dureza - ¿A qué has venido?

-          Tengo que hablar contigo.

-          ¿Conmigo? ¿Piensas seguir torturándome a pesar de que él ya ha muerto? – alzó la voz

-          No es de él de quien quiero hablar, sino de tu hijo

-          Mi hijo murió, al igual que el resto de mi familia. ¿es que vienes a burlarte?

-          No, Evannor… Vengo a decirte que, quizás, eso no sea cierto.

-          Mientes… Los dragones sólo sabéis mentir

-          Los dragones protegemos este mundo y no, mentir no está dentro de nuestras funciones. Como tampoco está crearle falsas ilusiones a una anciana – punatualizó con frivolidad.


La anciana puso una mueca de asombro, al mismo tiempo que desconfiaba de las palabras de aquella infame dragona.

-          Pasa… prepararé un té – la invitó



La cena transcurrió tranquila, hablando de nimiedades y de la historia de la ciudad. Ninguno de los dos se atrevió a mencionar nada de su relación, ni rozar ningún tema personal.
Tras salir del restaurante, Kareth, por fin, dio una muestra de acercamiento y la tomó de la mano, paseando así por la gran balconada de la Grada del Arúspice, disfrutando del espléndido cielo estrellado.


-          Elle – susurró – Me gusta tu nombre


Ella sonrió con timidez, sin dejar de mirar el firmamento.

-          Mañana he de reunirme con el emisario Sha’tari – habló él – Me duele muchísimo tener que dejarte sola – lamentó – Pero hagas lo que hagas, corre por mi cuenta.

-          Kareth, no necesito tu dinero – respondió ofendida

-          Lo siento, no quería insinuar que… - se disculpó – Es sólo que tampoco se demasiado de tu situación…

-          Lo sé – su voz era pausada – Kareth, no me gusta hablar de ello… pero digamos que no me falta de nada, la herencia de mis padres es grande… Así que tranquilo, que si me apetece hacer algo o comprarme algo, lo haré.


De nuevo, una ola de frío lo golpeó en la cara, pero esta vez sí había sido culpa suya. No quería resultar presuntuoso, tan sólo quería que ella disfrutase y que no le faltase de nada, pero a veces se le pasaba por alto que no todo el mundo se lo tomaba bien. Caminaron, sumidos de nuevo en el silencio, hasta la posada, deteniéndose ante las puertas de sus habitaciones, que coincidían una frente a la otra.

-          Bueno… - habló Kareth – Espero que tengas dulces sueños

-          Gracias – dijo pensativa


Elle abrió la puerta de su habitación, mientras él, incapaz de moverse, vio como aquel trozo de madera ponía aún más distancia entre ellos. Apoyó su mano en la puerta, tratando de sentirse un poco más cerca de ella..


¿Por qué se sentía tan vacía? Tras cerrar la puerta, apoyó su espalda contra ella, dejándose escurrir hasta el suelo. ¿Cómo era posible que echase de menos a alguien a quien acababa de ver? De nuevo las palabras de Quiuyue resonaron en su cabeza. ¿Le amaba?

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