miércoles, 18 de noviembre de 2015

Capítulo 52. La fuente del sol



La extraña retiró su capucha, mostrando aquellos ojos violetas, que miraron con curiosidad a la dragona, reconociendo su esencia, a pesar de aquella forma mortal. Los dragones nunca cambiaban, el color de sus escamas siempre era el mismo; pero los seres mortales cambiaban constantemente. Su peinado, su ropa, su tono de piel… pero la esencia no cambiaba.  Anveena realizó una cortés reverencia, al fin y al cabo debía sus poderes y su inmortalidad a los dragones, ellos habían acordado su destino y ella había recibido una pizca del poder de cada aspecto.


-           Quiuyue, hacía mucho tiempo que no veías por este lugar…

-          Lo sé, Anveena, pero mi corazón no era lo suficientemente fuerte como para hacerlo.

-          ¿Qué es lo que ha cambiado?

-          Ella… - señaló a Elle.


Anveena clavó su mirada en Chantarelle, esta retrocedió unos pasos, abrumada por el inmenso poder que irradiaba la desconocida. La repasó de arriba abajo, frunciendo el ceño, para después mirar a la dragona con desaprobación


-“ Ella no puede entrar aquí…” – habló mentalmente a la dragona

-“ Anveena, mira otra vez…”


La elfa se acercó a Chantarelle, inspeccionándola de nuevo, rozando con su mano la barbilla de ella para que esta alzase la cabeza. Sus ojos violetas penetraron en su mirada, barriendo, sin que ella pudiese evitarlo, cada rincón de su mente, captando su esencia. Percibió de nuevo aquel poder helado, malévolo, pero también, algo más… Miró a Quiuyue con la cara desencajada en una muestra de asombro…

- “No es posible….” – izó las manos para ocultar su boca- “Esto.. ¿es real?”

- “Es lo que quiero averiguar”

-“¿Y si se trata de un engaño? Él es astuto…”

- “Si es un engaño, yo misma terminaré con él…”

- “Está bien, os dejaré pasar…” – accedió por fin


La extraña de ojos violetas colocó sus manos sobre el portón, que se iluminó con un poderoso brillo dorado y se abrió emitiendo un sonido casi celestial. Quiuyue sonrió y tomó a Chantarelle de la mano. Antes de entrar, dirigió su vista hacia Anveena, que la miraba con preocupación.

-“ Espero que me digas que esto no es una ilusión…” – suplicó la guardiana

-“Yo también espero que no lo sea”.



-          ¿Dónde estamos? – su voz hizo eco en las paredes

-          No puedo decírtelo… 

-          Me siento.. extraña… no me gusta este lugar.


Aquella frase hizo que Quiuyue dudase de continuar adelante, pero por un momento le pareció ver la decepción en el rostro de Anveena, por lo que sus pies dieron un paso, y luego otro, haciendo que el sonido de sus tacones resonase en el pasillo.

La dragona permaneció en silencio, caminando con paso lento pero firme, la elfa la seguía, mirando nerviosa aquel largo pasillo que parecía no tener fin y que se iba hundiendo cada vez más hacia abajo, formando una pendiente.  Todo era de color rojo, la alfombra que pisaban, las paredes, a excepción de las antorchas doradas que iluminaban la estancia.

Continuaron caminando durante casi una hora, hasta que el pasillo hizo una curva y las dos elfas se toparon con una puerta dorada. Quiuyue se detuvo y cogió de las manos a Chantarelle.

-          A partir de aquí harás todo lo que yo te diga. Por favor, no me desobedezcas.

-          Está bien, confío en ti. 

-          Descálzate


Chantarelle obedeció y se quitó con cuidado sus botas, depositándolas a uno de los lados de la puerta.


-          Ahora deja tu capa, tu arma y todo lo que lleves encima, quédate sólo con el vestido.

-          Me estás asustando…

-          Ahora, te voy a vendar los ojos – Quiuyue hizo caso omiso a lo que ella decía. – A partir de aquí, te guiaré, céntrate únicamente en mi voz, ¿de acuerdo? Sólo en mi voz.


Ella accedió y la dragona cubrió sus ojos con una tela de seda negra, asegurándose de que su visión quedaba anulada, antes de abrir la puerta dorada.

Aquel lugar estaba igual, un amargo recuerdo punzó su corazón, pero se recordó a sí misma su gran error y tomó a la elfa de la mano para adentrarla en la sala, antes de cerrar la puerta. La sala era redonda, iluminada por miles de velas suspendidas mágicamente en el aire, y con aquel olor a jazmín. En el centro, reposaba aquel estanque de líquido áureo.


-          Estás en un lugar mágico, por eso te pido que si notas el mínimo cambio, me lo digas de inmediato. – suspiró – Te vas a sumergir en agua, imagínatelo como un baño, seguramente veas imágenes, retenlas en tu mente y, sobre todo, céntrate en mi voz.


De la mano de la dragona, Chantarelle se sumergió en aquel líquido, el agua no estaba ni fría ni caliente y el aroma que provenía de ella era embriagador. Tal y como le indicó, se tumbó en el agua, notando como su cuerpo flotaba sobre ella.

Quiuyue empezó a entonar una canción en un idioma desconocido, la melodía era bonita, aunque se percibía la tristeza de su voz. En su mente empezaron a formarse imágenes de cosas que no había visto nunca, de lugares en los que no había estado y de épocas en las que no había vivido. Entonces, unos ojos verde intenso, la miraron con fuerza, haciendo que se sintiese débil… y el dolor comenzó…

Su cuerpo empezó a sacudirse con fuerza y no pudo evitar gritar, mientras Quiuyue seguía pronunciando las extrañas palabras de aquel himno. El dolor, aunque intenso, fue breve, y una sensación de cosquilleo invadió su dolorido cuerpo, haciendo que entrase en un profundo sueño.


Despertó en Lunargenta, cuatro días después…

Era ya mediodía cuando sus ojos se abrieron, para tranquilidad de la dragona, que había permanecido junto a ella durante todo aquel tiempo. Anveena le había dicho que aquello podría pasar, pero que si no despertaba en siete días, no lo haría nunca. Respiró aliviada.


-          ¿Cómo te encuentras? – preguntó

-          Bien

-          ¿Notas.. algo diferente?

-          No

-          ¿Tienes hambre?


La joven asintió, y la dragona le preparó algo de comer. Cuando Chantarelle estuvo aseada y vestida, un rico plato le esperaba en el comedor.

-          No sabía que cocinases.. – se extrañó la elfa

-          Soy un ser inmortal… Tengo que buscar algo en lo que matar el tiempo – bromeó. - ¿Vas a ver a Kareth hoy?

-          No le he dicho nada…

-          ¿Quieres que le avise?

-          Sí, no me siento con fuerzas como para hablarle yo.

-          Dijiste que estabas bien… - recriminó la dragona.

-          Y lo estoy, es sólo que estoy cansada.



Aquella tarde, a las ocho, Kareth Theron la esperaba, impaciente junto a la cascada. Los tres días, se habían convertido en cinco y estaba preocupado. Pero cuando la vio llegar, el tiempo pareció detenerse.


-          Te he echado de menos – dijo abrazándola

-          Yo también.. – dijo en un susurro

-          Iban a ser tres días… ya pensé que te había pasado algo.

-          Lo siento, el viaje se hizo un poco más largo, y Quiuyue insistió en que descansase un poco más.

-          ¿Quiuyue? ¿Conoces a la dama dragón? – se sorprendió

-          Sí, estoy aquí con ella.

-          ¿Tú eres su protegida?

-          Sí 

-          Nyn… ¿Qué has hecho para que la princesa de los dragones te haya tomado bajo sus alas?

-          ¿Princesa? – se asombró

-          Sí, Quiuyue es la hermana de Alextrasza, la reina de los dragones.

-          No lo sabía 

-          Nunca lo menciona, lo sé por mi padre -  la tomó de la mano – No has respondido a mi pregunta…

-          Salvé a una dragona, y esta pidió que se me recompensase. – dijo simplemente

-          Pactos entre dragones, he oído hablar de ellos.


La incomodidad empezó a brotar en ella de nuevo, normalmente él se contenía de hacerle preguntas y ella contaba sólo lo que quería contarle, aunque cada vez desvelaba más aspectos de su vida de lo que hubiese querido. El elfo no quiso insistir, sabía que aún tenía que ganarse su confianza, por lo que tomó asiento a los pies de aquel árbol, invitándola a imitarle.
 
Ella se sentó delante de él, apoyando la cabeza en su pecho.



-          Dentro de dos semanas tengo que ir a Shattrath, he de hablar con un emisario Sha’tari – expuso él – Pero había pensado tomarme unas pequeñas vacaciones…

-          Espero que tengas bien viaje – dijo con una nota de tristeza en su voz.

-          Me gustaría que me acompañases..


Ella cerró los ojos, pensando en lo que él acababa de proponerle y, como siempre, en su interior tenía lugar una batalla.


-          No hace falta que me respondas ahora, piénsalo – añadió después

-          Gracias 

-          Nyn…

-          ¿Si?

-          Con respecto a lo del otro día…

-          Estoy… confusa..

-          ¿Por qué?

-          Kareth, yo no sé nada sobre el amor, ni siquiera nunca imaginé que alguien fuese capaz de quererme..

-          Por eso te pido que me dejes demostrártelo. No haré nada que tú no quieras… 

-          No sé qué decir..

-          No digas nada, tan sólo, déjate llevar.


Entonces, la besó de nuevo, recostándola con suavidad sobre la hierba, jugueteando primero con su labio inferior, para después abrirse paso dentro de su boca con la suya, acariciando su lengua. Se separó para dejarle aire, sonriendo al pensar en lo mucho que le gustaba aquella inocente inexperiencia.  

Pero aquel día, ni siquiera los últimos rayos del sol  consiguieron alertarles del anochecer y, cuando quisieron darse cuenta la noche les había rodeado.

-          Mierda… - exclamó él al ser consciente

-          ¿Qué sucede?

-          Ha anochecido…

-          ¿Y?

-          Este Bosque es peligroso… por eso se puso el toque de queda. De noche la magia que confina a los no-muertos en la cicatriz se debilita y estos matan y arrasan con toda vida que encuentran a su paso. – contó – Joder, y yo te he puesto en peligro – se maldijo.

-          No creo que sea para tanto…

-          Nyn, es peligroso, créeme – se levantó de un salto y la ayudó a incorporarse.- Lo mejor será que vayamos rápido.


Kareth desenvainó su espada, manteniéndose alerta, tomando el camino de regreso a la ciudad. Nyn caminaba junto a él, con una asombrosa tranquilidad, sin dar importancia a los peligros de los que él la había advertido.

-          Ya estamos llegando – dijo él vislumbrando a lo lejos las luces de la ciudad.


Pero poco más adelante, un grupo de necrófagos y de soldados esqueléticos los había percibido y avanzaban, sedientos de sangre, hacia ellos.

-          Ponte detrás de mí – pidió a la elfa.

-          ¿Estos son los engendros de los que teméis? Me he enfrentado a cosas mucho peores – lo adelantó decidida.


Kareth se colocó al lado de ella, inseguro de poder afrontar los dos solos a tantos enemigos, pero aún así, se preparó. Chantarelle suspiró hondo, aquello tenía que salir bien, no podía permitirse un fallo. Sabía que su vida no corría peligro alguno, pero se le formaba un nudo en el estómago sólo de pensar en lo que podría sucederle al elfo.

Él dio la primera estocada, cortando la cabeza del necrófago más cercano, lo que hizo que los demás gruñesen, enrabiados y se abalanzasen sobre ellos. Por suerte, el escudo cristalino de la elfa, los protegió de aquel ataque y proyectó a los engendros hacia atrás. Kareth la miró, consciente de que aquellos poderes eran distintos a los que había visto en la pelea contra Shadron, pero ella se le anticipó en la batalla, fulminando con aquel rayo de fuego helado a muchos de los enemigos. 

Kareth también atacó, su poderosa espada iba de un lado a otro, arrasando con los huesos y piel putrefacta de los necrófagos, que se acumulaban en el suelo. Nyn dejó de lanzar aquel poder, para concentrarse en sus manos.

-          Ven aquí… - murmuró

Y una enorme área helada se formó a su alrededor, de la cual surgieron poderosas y afiladas púas de hielo que empalaron a los enemigos que quedaban en pie, tras ello, el hielo se derritió con un fuego helado, eliminando todos los restos. Kareth quedó boquiabierto, nunca había visto nada similar, fue a decir algo, pero ella se desmayó en sus brazos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario